La política argentina es pendular. Cuando se cumplen 40 años de democracia, muestra una vez esa paradoja. Con el ultraderechista Javier Milei en la presidencia, comienza el cuarto ciclo neoliberal en Argentina. El primero fue a sangre y fuego, con la dictadura militar (1976-1983) y los otros dos ya con gobiernos electos: la década de Carlos Menem (1989-1999) y los cuatro años de Mauricio Macri (2015-2019)
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Con Javier Milei la derecha logra reposicionarse en el gobierno, luego de cuatro años olvidables de Alberto Fernández, quien por circunstancias externas y errores no forzados, se va del gobierno sin pena pero sin gloria. Aunque con indicadores alarmantes: la pobreza trepó hasta al 40 por ciento de la población, y la inflación de año a año llegó en este 2023 al 145 por ciento.
El electorado argentino es de dar volantazos, cuando entiende que la situación no da para más. En 2001 protagonizó puebladas que terminaron con el gobierno del anodino Fernando De la Rúa al grito de “Que se Vayan Todos”. En ese momento comenzaron a crearse las condiciones para el gobierno de Néstor Kirchner, y los dos mandatos de Cristina Fernández.
Fueron estos los mejores gobiernos de la democracia, los indicadores económicos así lo reflejan. En 2015, cuando culminó su segundo mandato, la participación de los salarios en el producto interno bruto de la Argentina llegaba al 53,3%. Durante el gobierno de Mauricio Macri ese porcentaje se redujo en 7 puntos, y con Alberto Fernández, dos puntos más.
Es un dato revelador, del que -en general- los economistas neoliberales no suelen reparar. Por algo será. La participación de la remuneración al trabajo asalariado es ni más ni menos que los recursos que obtienen los trabajadores en relación a todos los bienes y servicios producidos en la economía. Es decir, cómo se reparte el pastel. Los puntos nueve puntos perdidos durante los dos últimos gobiernos son recursos que quedan en manos de los dueños de la economía.
El volantazo hacía Milei es tal vez el más arriesgado de los cuarenta años de democracia que alcanza hoy la Argentina. El hartazgo con la política y los políticos, fogoneado por los medios de comunicación hegemónicos para evitar la reaparición en primera línea de su archienemigo, el kirchnerismo (el que mejor reparte el pastel), generó este llegadero.
Paradójico. Uno de los caballitos de batalla preferidos de los medios, que repiten a pie juntillas en las calles, es que los políticos la pasan bien “con la mía” (con mi dinero), para terminar repudiando así a los que mejor repartieron el ingreso.
Milei, de todo menos nuevo
Milei presume de ser el primer el primer presidente “liberal libertario” del mundo. Presume de encabezar un gobierno distinto, diferente. Nada de esto es así. En rigor, la primera premier liberal libertaria fue Elizabeth Truss, en el Reino Unido, y no logró permanecer en el puesto ni mes y medio.
Truss intentó una reforma de presupuesto y achicamiento del Estado aprovechando el período de gracia que tienen todos los mandatarios recién estrenados. Apenas conocidos los lineamientos de su gobierno, se derrumbaron la libra esterlina y los títulos de deuda del Estado y los fondos de jubilación y pensión se descapitalizaron. Un tobogán vertiginoso que terminó en su dimisión.
Las cosas en Argentina no parecen tan precarias para Milei, pero el de Truss es un espejo en que debería mirarse. Con un gabinete de ministros sin experiencia de gestión y un financista especializado en hacer negocios con capitales ajenos en el ministerio de Economía, Milei no la tiene fácil.
El Palacio y la calle
Todo lo que Milei prometió en campaña tiene un costo social altísimo. Hasta dónde lo apoyará su heterogéneo electorado es un gran misterio. Al ajuste económico lo seguirá una protesta social organizada, de sindicatos y sectores sociales aceitados y acostumbrados a enfrentar recortes. Ellos enfrentan además una suerte de revancha clasista, azuzada por los medios de comunicación de derecha, que ya deriva en episodios violentos contra referentes del progresismo.
El regreso de Patricia Bullrich al ministerio de Seguridad augura nubarrones. Una parte del crédito político de Milei se discutirá (¿o se escurrirá?) en las calles.
Además, deberá acordar en el Congreso, donde ni siquiera tiene la primera minoría. Una cintura política que Milei, se sabe, no tiene. Es más, basó su personaje político en la intransigencia. ¿Qué pasará cuando su electorado vea que la motosierra no era para tanto? ¿O si lo intentará, como Truss, con consecuencias imprevisibles en el corto plazo?
Tal vez la clave esté en la racionalidad conservadora que le aporte la derecha de Macri, aliado principal (pero sin cargo que exponer).
Todo está por verse, una cosa está clara: justo cuando se cumplen 40 años de democracia, Argentina comienza a transcurrir un volantazo de consecuencias imprevisibles.
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