Una de las secuelas más traumáticas de la guerra económica contra Venezuela y el plan Trump-Guaidó fue sin duda alguna la hiperinflación. Básicamente, por el impacto devastador que tienen estos fenómenos para el poder adquisitivo del grueso de la población, así como por la percepción de angustia generalizada que tienden a posicionar en el imaginario colectivo.
De hecho, junto con el cerco financiero a PDVSA, el despojo de bienes de la República como Citgo, Monómeros, cuentas en dólares y el oro de las reservas internacionales, entre otros, la hiperinflación fue un golpe noble, pero este sí asestado de lleno en el bolsillo del pueblo venezolano.
Al recapitular brevemente la vorágine de precios que se vivió entre los años 2018, 2019 y 2020, resuenan las palabras del ex embajador EE.UU en Venezuela, William Brownfield, cuando se refería a que había que: «acelerar el colapso, aunque produzca un período de sufrimiento mayor«.
Y este es un rasgo distintivo del proceso vivido en Venezuela, porque a diferencia de otros períodos hiperinflacionarios, que se han dado en distintas épocas y en diferentes países, estas alzas tan descontroladas de precios, nunca habían sido tan abiertamente inducidas. Puede decirse sin exageración alguna que se trató de un período de tortura social programada.
La economía de todos
Desde el enfoque liberal, siempre se ha dicho que la inflación es el impuesto más costoso, porque lo paga toda la población, especialmente los más pobres. Y aunque se trata de una verdad a medias, la realidad es que la forma más directa de consustanciarse con lo económico es a través de los precios de los bienes, así como nuestra capacidad para comprarlos o no.
Quizás el pueblo llano no sepa la definición técnica de la inflación. No tiene por qué conocer que cuando se hace referencia a ese fenómeno, en espacios más académicos, se habla de un Índice de Precios al Consumidor (IPC). Tampoco que se trata de la medición del cambio promedio que experimentan los precios de aquellos bienes y servicios que se consideran esenciales, en un área geográfica y en un período determinado.
Pero lo que sí tiene muy claro la mayoría, especialmente quienes son cabezas de hogar, es a cuánto ascienden sus gastos mensuales en alimentos, salud, educación y transporte, entre otros. Y cuánto de esos bienes se pueden adquirir o no con su ingreso.
Cuando vemos que el porcentaje en que se incrementaron esos precios en 2018 fue de 130.000%; en 2019 remontó a 7.300%; al año siguiente (2020) el indicador escaló a 2.900% y en 2021 promedió 684%, es evidente que se logró desatar una tempestad en el proceso de formación de precios que alteró cualquier posible equilibrio entre los ciclos de producción, oferta y demanda. Sin embargo, esas mismas cifras revelan también una tendencia sostenidamente decreciente, a pesar de mantener abultados porcentajes.
Solo para que tengamos una idea aproximada, en condiciones normales una inflación anual por encima de dos dígitos, es decir del 10%, se considera bastante elevada. Quiere decir que lo que aplicaron contra Venezuela fue artillería mega pesada.
¿Qué es?
Y es que en eso consiste precisamente la hiperinflación. En lenguaje común hablamos de un alza de precios sumamente fuerte, acompañado de una caída del valor de la moneda. Como explican Pierre Salama y Jacques Valier en su libro Economía gangrenada.
La imagen más tradicional que se da este fenómeno es la del consumidor alemán del año 1920, que sale de su casa con una maleta de billetes. Y es probable que tenga que hacerlo con una carretilla de dinero si lo hace tan solo una hora después.
Aparte de Alemania, el efecto devastador de procesos hiperinflacionarios fue bastante conocido en la América Latina de fines de los 80′ y comienzos de los 90′. México promedio inflaciones de 15.000%; Perú (10.000.000 %), Argentina (300.000.000 %), Brasil (40.000.000 %) y Bolivia (6.000.000 %).
Otro país azotado por este flagelo, pero en África, fue Zimbabue (2008). Esta nación promedió una inflación de 231.000.000%. En mayor o menor grado la mayoría de los países mencionados debieron someterse a programas de financiamiento internacional o procesos de reestructuración de su deuda externa.
A pulmón propio
No obstante, en Venezuela y este es otro dato para destacar, se ha logrado derrotar la hiperinflación, con un modelo propio. Sin acudir a organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), aún en medio de un criminal proceso de bloqueo.
Al contrario, el Banco Central de Venezuela, en estrecha articulación con el gabinete económico del presidente constitucional, Nicolás Maduro, ha logrado estabilizar el tipo de cambio en torno a los 4,5 bolívares por dólar. Mientras que la inflación mensual se sitúa por debajo del 10% desde septiembre pasado y por debajo del 50% desde hace 12 meses.
Este último es otro criterio técnico para determinar si una economía padece o no hiperinflación. De acuerdo con el economista norteamericano P. Cagan se asume que una economía es hiperinflacionaria, cuando los precios varían 50% o más al mes.
De igual modo, el proceso de abatimiento de la hiperinflación, ha venido acompañado de una reactivación económica gradual. Como ha explicado el economista y presidente de la Comisión de Economía y Finanzas, Jesús Faría, el trabajo ha sido arduo. “¡Hemos enfrentado mil demonios! La hiperinflación inducida la vamos bajando. El ataque a la moneda, lo vamos controlando. El crecimiento lo hemos logrado con pulmón propio.”
Mejores salarios
Por otro lado el también economista y diputado, Ramón Lobo, refiere que la política económica aplicada por las autoridades ha dado resultados favorables, que abren el camino hacia condiciones cada vez más positivas. A su juicio, ha sido «un éxito el control inflacionario, tenemos que seguir descendiendo, hasta llevarlo a un dígito anual. Serán unos cuantos años».
En una línea similar el profesor universitario y economista, Elio Córdova, refiere que lo más importante de todo este proceso, es que se han acrecentado los esfuerzos por buscar equilibrios internos, que permitan una expansión y diversificación de las capacidades productivas. Esto a la postre será un elemento clave para mejorar el salario, tanto en el sector público, como privado.
Las dificultades no se han superado del todo. Ciertamente, aún quedan coletazos del plan Trump-Guaidó. Pero lo que sí es un hecho es que la hiperinflación técnicamente ha sido derrotada. Esto abre tremendas perspectivas a una etapa de recuperación y prosperidad económica. Así la angustia se disipa y se abre paso la esperanza.