Las novelas de Agatha Christie siempre se han caracterizado por desarrollar tramas sobre asesinatos donde impera la lógica y la coherencia en el desarrollo de los acontecimientos, facilitando así la deducción de los hechos ocultos. Por lo general, sus historias se desarrollan en el Reino Unido y siempre en la época de la autora, el siglo pasado. Pues bien, aunque parezca mentira, quizá la realidad de este siglo, y en un país de América Latina, puede estar a la altura de una trama que ella pudiera haber escrito.
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Imaginemos que se acercan unas elecciones presidenciales en un país latinoamericano. Si ningún candidato saca mayoría en la primera vuelta, habrá una segunda, lo habitual en esa región. Imaginen, también, que antes de la primera votación asesinan a tiros a uno de los candidatos. Lógicamente, el modo más eficaz de tumbar a tu contrincante electoral es acusarle o implicarle como autor del crimen. Se intenta, pero a pesar de eso ningún candidato logra la mayoría absoluta y dos candidatos de otros partidos se deben enfrentar a la segunda vuelta.
Mientras tanto, la policía logra detener a varios sicarios relacionados con el crimen. Recordemos que, en plena campaña electoral para la segunda y definitiva vuelta, lograr implicar al otro en el crimen puede ser fundamental para derrotarle. El papel de los sicarios con sus declaraciones puede ser esencial para decidir quién puede ser el presidente del país.
El problema es que son muchos los implicados en el crimen, primero se detiene a seis y después se llega a un total de trece. Lograr que toda esa cantidad de individuos accedan a colaborar con tu señalamiento del autor, que ninguno se desmarque y se niegue, no parece fácil. Difícil es también que ninguno te traicione en el último momento o que, simplemente, no caigan en contradicciones que dejen en evidencia la farsa. Es más sencillo disminuir el número de implicados que puedan hablar.
Si nos situamos ahora en una cárcel, de Ecuador por ejemplo, convendremos ahora, para nuestra historia, que asesinar a presos no parece fácil de conseguir, que en sus prisiones hay todo tipo de armas y bandas organizadas dispuestas a cumplir instrucciones por poco dinero. De modo que, al poco tiempo, seis de ellos aparecen ahorcados en una de las prisiones, y un séptimo en otra.
Ya quedan menos para cumplir las instrucciones y, lo que es más importante, los que queden vivos ya se habrán dado cuenta de lo que les puede pasar si no cumplen las órdenes y no colaboran en señalar a la persona adecuada como autor intelectual del asesinato del candidato y quién les ha encargado ejecutar el crimen.
Ahora solo resta que, entre los supervivientes, aparezca el que haya pillado el mensaje y cumpla las instrucciones señalando como autor intelectual al candidato o entorno del candidato que convenga derribar.
Imaginen que ese país sea el Ecuador de 2023. Imaginen, también, que el candidato asesinado se llamaba Fernando Villavicencio. Imaginen, acto seguido, que el candidato al que hay que derrocar sea Luisa González, favorita en las encuestas y de izquierdas, y que pertenezca al partido del expresidente Rafael Correa, quien ya ha sufrido todo tipo de intentos de derrocamiento y persecución judicial.
Imaginen, sorpresa, que aparece un testigo que dice que sabe lo que se pagó a los sicarios y quién los contrató. Imaginen que señala a Rafael Correa, es decir, el entorno político de la candidata de izquierda favorita para ganar las elecciones.
Imaginen que, precisamente, lo que está buscando la derecha ecuatoriana y los empresarios del país es impedir la llegada de la izquierda al poder.
Y, por último, supongan que la segunda vuelta electoral es este domingo.
Entonces sabremos si en esta historia de Agatha Christie en Ecuador, ganan los buenos o los malos.
Y si usted es ecuatoriano, espero que aplique la misma lógica que la escritora británica cuando vaya a depositar su voto en la urna.
