La economía de EEUU atraviesa fuertes desequilibrios macroeconómicos: inflación, desempleo, escasez de bienes sensibles, elevado nivel de deuda como porcentaje del PIB, entre otros.
Formalmente, según datos disponibles en la Oficina de Análisis Económica (BEA por su sigla en inglés), la actividad económica está en recesión técnica, producto de la contracción registrada para los dos primeros trimestres del año en curso.
La política de guerra y el sector financiero son dos poderosas palancas que ha venido empleando el gobierno de EEUU para promover crecimiento económico durante los últimos cincuenta (50) años. Ejemplo de ello: la efervescencia de las crisis de los subprime y – anterior a esta- la crisis de los punto.com.
Ante una economía en picada, bajo el pretexto de “la guerra contra el terrorismo”, la administración de George W. Bush (2002) emprendió una virulenta y guerrerista cruzada por el Medio Oriente, perpetuada y expandida por las administraciones de Barack Obama (2009-2017) y Donald Trump (2017-2021). Los resultados están a la vista, un desastre absoluto: anomia y desgobierno, lo cual sirve la mesa para que EEUU controle a su antojo las riquezas petroleras y gasíferas y en paralelo establezca mercenarios para intimidar e incidir en la dinámica de la región.
La administración Biden se prepara para enfrentar un proceso electoral -elecciones intermedias, cada mitad de mandato presidencial- con una economía en crisis, una política internacional irresponsable, guerrerista y aventurera que exacerba las contradicciones internas y externas como un catalizador para la transición hacia el Nuevo Orden Mundial.
Ante este escenario, la “visita” de la alta funcionaria de su gobierno a la región de Taiwán, representa un profundo acto de provocación dado que promueve la desunión y la desintegración territorial y, sobre todo, cuestiona la legitimidad y autoridad del gobierno de China sobre la región in comento.
En otra clave del análisis, se encuentra el actual Presidente de la República Popular de China, quien ha sido un dirigente de principios sólidos y clara visión socialista, retomando y reimpulsado la política de “Una China”.
Próximamente está previsto que se dé el Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) y todo indica que Xi Jinping seguirá al frente de la nación, a pesar de las acciones de EEUU pretendiendo poner en entredicho el carácter del actual líder chino y con ello restarle apoyo para la reelección.
No obstante, la respuesta de las autoridades chinas, fue contundente, demostrando un despliegue de sus fuerzas militares en la región y así despejar cualquier hipótesis o duda respecto de su postura irrestricta de defender el proyecto Nación, aun ante la escalada de un potencial conflicto bélico, como corolario una comunidad internacional que manifiesta su rechazo a la política exterior del gobierno de EEUU.
En la fase de cambios y transición hacia el Nuevo Orden Mundial, como era de esperarse, los actores en crisis se resisten y hacen todo lo posible por evitar perder los privilegios -de hacer y deshacer a conveniencia- que les concede el actual orden hegemónico.
Los sectores más conservadores y reaccionarios, defensores del actual “establishment”, en su desespero están jugando con fuego. Imperativo es fortalecer y promover nuevos mecanismos de cooperación internacional, que verdaderamente velen por la autodeterminación de los pueblos, la soberanía de los Estados y la preservación de la vida humana como premisas básicas para el establecimiento de lo que está por nacer.
