Las libertades de información y expresión desde siempre se promovieron como el elemento determinante de la democracia representativa moderna. A ambas se las considera un derecho humano fundamental, en todas las instancias del Derecho Internacional. Y las dos están consagradas en la mayoría de las constituciones de los países de occidente, como una garantía casi sacrosanta. Pero, lamentablemente, como dice el viejo refrán, del dicho al hecho hay un gran trecho.
En la práctica casi en ningún país, del eufemísticamente llamado mundo libre, se les hace justicia a dos derechos tan esenciales. Más bien, es precisamente en el núcleo de poder de ese llamado mundo libre o desarrollado, donde sistemáticamente se maltrata el derecho de la ciudadanía a conocer la verdad. Entre los casos más emblemáticos de esta situación destaca el arresto arbitrario de Julian Assange, quien seguramente pasará a la historia como un mártir de la libertad de información.
Persecución y linchamiento
El fundador de WikiLeaks ha sido blanco de una persecución judicial sin cuartel y un linchamiento mediático internacional. Sin embargo, su único delito, ha sido contribuir a desenmascarar los escándalos y abusos del poder que se esconden tras bastidores de la Realpolitik, a escala internacional.
El caso de Assange ha hecho levantar la voz de pensadores de la talla de Noam Chomsky e Ignacio Ramonet. Incluso de organizaciones un tanto acomodaticias, pero que no han podido permanecer en silencio frente a este nuevo despropósito, como Amnistía Internacional.
Chomsky, lingüista y filósofo norteamericano, ha calificado este hecho como un “escándalo”. El destacado intelectual sostiene que se trata de una maniobra para impedir que la masa pueda conocer aspectos nada cándidos de la política internacional de Estados Unidos y sus países aliados.
Verdades ocultas
En una línea similar el también escritor y reconocido analista, Ignacio Ramonet, cuestiona seriamente la forma como ha sido apresado Assange y su inminente extradición a Estados Unidos. “El único crimen de Jualian Assange es haber dicho la verdad. Y haber difundido vía WikiLeaks, entre otras revelaciones, las siniestras realidades ocultas de las guerras de Iraq y Afganistán, y los tejemanejes e intrigas de la diplomacia estadounidense”, destaca Ramonet.
Assange permanece detenido en una prisión de alta seguridad en Belmarsh, Reino Unido. Esto se desencadenó por una solicitud de extradición formulada por Estados Unidos, por publicar documentos a los que tuvo acceso. Assange podría enfrentar una condena de hasta 175 años de cárcel. Y no hay ninguna garantía de que al pisar suelo norteamericano su vida no corra grave peligro.
No debería castigarse
“Si extraditan a Julian Assange o lo trasladan a Estados Unidos, estaría seriamente expuesto a sufrir violaciones de los derechos humanos, incluidas unas posibles condiciones de detención, que podrían equivaler a la tortura o los malos tratos, como la reclusión prolongada en solitario. (…) Lo que hizo Assange es el trabajo habitual de los periodistas de investigación y no debería castigarse. La persecución de Julian Assange es un ataque a la libertad de expresión”, advierte Amnistía Internacional en un comunicado oficial reciente.
Y ciertamente, si el mundo no estuviera al revés como acertadamente expresara el cáustico escritor uruguayo, Eduardo Galeano, la labor de Assange, lejos de ser condenada o perseguida, sería premiada. Y es que sus revelaciones representan un aporte invaluable en la búsqueda de la verdad y la transparencia, tan pregonada por algunos gobiernos, pero tan poco practicada.
En sus propias palabras
En entrevista concedida para Ignacio Ramonet hace algunos años, el mártir Assange lo define de manera lapidaria.
“Cuando los responsables políticos, en los gobiernos, se quejan de la transparencia, me da risa. Detrás de esas acusaciones, algo que es como decir: yo creo que las personas no deberían robarse unas a otras. Uno puede creer esto o no creerlo. Pero en la realidad no importa, porque no somos dioses. Y los Estados tampoco lo son. En la práctica sabemos que los Estados no pueden regularse a sí mismos para evitar volverse malos”, expresa Assange.
El caso de Assange tampoco es el único. Edward Snowden, Chelsea Manning y Glenn Greenwald, forman parte de un nuevo grupo de disidentes. Ellos, como asevera Ramonet, “por descubrir la verdad, ahora son rastreados, perseguidos y hostigados no por regímenes autoritarios, sino por Estados que pretenden ser democracias ejemplares”.
Decisión escandalosa
Sin embargo, luego de algún tiempo de incertidumbre, el gobierno británico finalmente se terminó de plegar a las presiones de Washington; como ya lo habían hecho los gobiernos de Suecia y el Ecuador de Lenin Moreno. El pasado 17 de junio se conoció que la ministra del interior de Reino Unido, Priti Patel, firmó la orden para extraditar a EE.UU a Julian Assange, como un nuevo mártir de la libertad de información.
“Los tribunales de Reino Unido no han determinado que sea opresivo, injusto o un abuso de proceso extraditar al Sr. Assange. Tampoco ha determinado que la extradición sería incompatible con sus derechos humanos, incluido su derecho a un juicio justo y a la libertad de expresión. Y que mientras esté en Estados Unidos será tratado apropiadamente, incluso en relación con su salud”, reza un comunicado de la justicia británica.
Mayor ironía imposible. Pero así funcionan las solidaridades automáticas, entre poderes del establishment. Ahora el sendero de la justicia para Assange, luce más que esquivo. Aún tiene la opción de apelar, pero ya sabemos que en predios de su majestad la Reina Isabel, hay espacio para todo tipo de despropósitos. Sino pregúntenle a Venezuela si le han devuelto el oro pirateado por el Banco Central de ese país. ¿Dios salvará a la Reina?, pero a Julian Assange ¿Quién lo salva de ser un nuevo mártir de la libertad de información?