Avances sencillamente impresionantes en la robótica, las telecomunicaciones y en el campo de la Inteligencia Artificial (IA) están revolucionando el mundo actual. La realidad de nuestros días supera en muchos casos las pinceladas más visionarias de la ciencia ficción de hace cien años. Autos que se conducen solos y siguen instrucciones de sus pasajeros; avatares que se programan para que narren informaciones como si fueran personas reales; sistemas de búsqueda que clasifican la información y cotejan cantidades enormes de datos, en tiempo real, ofreciendo la mejor respuesta en segundos (Chat GP3 y GP4); y hasta dispositivos de hardware que permiten “besar” los labios de una persona a través del teléfono móvil, son sólo la punta del iceberg de las maravillas que nos ofrecerá el multiverso y que ya están a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, como casi siempre ocurre no todo es color de rosas. Este avance tan prometedor en el ámbito de la IA, y de las tecnologías de comunicación e información en general, también tiene sus contrastes. Hay zonas difusas que plantean serios dilemas en ámbitos diversos, como la economía, la ética, la propiedad intelectual y la psicología, entre otros. Lo que ha hecho que muchos expertos se pregunten si vamos hacia un mundo feliz o distópico.
¿Máquina vs. hombre?
En primer lugar, las capacidades de la robótica han sido tales que el viejo temor de que algún día el mundo esté controlado por máquinas ha resurgido. Ya en 1997 se dio un primer aviso de que las máquinas pueden ganarle al hombre. Como refiere el investigador argentino, Mariano Enrique Torres, la primera gran demostración de la existencia de inteligencia artificial para el ciudadano común se dio el 3 de mayo de 1997.
“En aquel entonces, se produjo la partida de ajedrez más emocionante de la historia. Gary Kasparov, campeón mundial por más de una década, se enfrentó con Deep Blue, la supercomputadora de IBM capaz de calcular 200 millones de posiciones y movimientos por segundo. De los seis juegos, Deep Blue ganó tres, Kasparov dos y uno terminó en tablas. Después de muchos años de intentos fallidos, una máquina por fin había sido capaz de doblegar la mente de uno de los hombres más brillantes” del pasado siglo XX.
Otros temores
Pero en honor a la verdad, los riesgos y amenazas que suponen los avances de la robótica y de la inteligencia artificial, no parecieran estar centrados en las propias máquinas. La duda se centra más bien en quiénes y con qué intenciones las utilizan. Como decía la célebre frase popularizada en lo comics de Stan Lee: “un gran poder entraña una gran responsabilidad”. Y, por desgracia, la ética y la bondad, para nada, parecieran ser los rasgos definitorios de los grupos que concentran el poder mundial.
Desde el punto de vista estrictamente científico, el viejo temor de que las máquinas se vuelvan contra los hombres, no pareciera tener mucho asidero. Al menos no si se analiza el tema desde las tres leyes de la robótica, desarrolladas por el científico y prolijo escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov:
“1) Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño; 2) Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley; y 3) Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley”.
¿Ejército de desempleados?
Sin embargo, sí existe preocupación en un ámbito muy sensible como el empleo. Los robots y máquinas inteligentes cada vez estarán más capacitadas para desarrollar tareas más rápido y de forma más eficiente que los humanos. Hace algunos años el tema fue abordado por una de las voces más influyentes del mundo digital como el magnate Elon Musk, quien sospechosamente advertía sobre la posibilidad real de que muchas personas quedaran sin trabajo.
Musk, considerado uno de los nuevos Rockefeller de esta era, ya para 2016 planteaba la idea de un «sueldo base universal», para todas aquellas personas que queden sin trabajo cuando los robots comiencen a tomar labores mecánicas en el mundo. «Hay una gran posibilidad de que terminemos con un ingreso básico universal, o algo por el estilo, debido a la automatización», expresaba el dueño de Tesla y Sapace X.
¿Y quién pagará?
Aunque obviamente se trata de un escenario hipotético, pero resulta al menos curioso que un personaje que declara abiertamente en Twitter que le puede dar golpes de Estado a quien quiera, se muestre tan preocupado por el destino de la clase trabajadora en “riesgo de perder su empleo”. ¿Quién pagaría realmente ese “sueldo base universal” y bajo qué criterios sería incrementado?; ¿Cuáles serían las escalas o sería uniforme para todo el mundo?, son sólo algunas de las interrogantes que quedan en el aire.
Como señala el investigador argentino, Mariano Enrique Torres, estamos frente a un nuevo paradigma. Un enfoque trabajado en el libro «La segunda era de las máquinas» de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee. Ambos directores de la Iniciativa del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) sobre Economía Digital han hecho interesantes aportes.
¿El genio se salió de la botella?
Brynjolfsson y McAfee sostienen que esta Segunda Era es la de las máquinas, se caracteriza por contar: “con una tecnología capaz de hacer cosas impensadas, pudiendo responder a preguntas mejor que los seres humanos. Desarrollos tales que, les otorga la habilidad de entender, reaccionar a nuestros estímulos y están empezando a tener una gran capacidad, para realizar tareas más complejas. Actualmente, llegan hasta diagnosticar enfermedades, algo que se pensaba que era una cualidad exclusivamente humana”.
En la visión más pesimista, se ubican otros autores como Martin Ford. Para el fundador de una empresa de desarrollo de software con sede en Silicon Valley y escritor del libro «El auge de los robots», el panorama no pinta promisorio. En su texto señala un escenario de crecimiento tecnológico, en el que los bienes serán más económicos y accesibles en la mayoría de los ámbitos. Pero, en paralelo, también contaremos con menos puestos de trabajo. Esto debido a que las máquinas, los robots y los algoritmos lo harán mejor que las personas y a menor costo.
“Es posible que desemboquemos en una nueva época feudal, en la que todos seremos pobres y solo un puñado de personas serán ricas y vivirán fortificadas”. Sin duda sería una manera nada feliz de resolver la eterna contradicción (denunciada por Marx hace años) entre el capital y el trabajo.
Más deshumanizados
Otro gran dilema que plantean las nuevas tecnologías es la “deshumanización” del ser humano. Aún se desconoce cuál será el impacto de estas nuevas herramientas, desde el punto de vista del desarrollo cognitivo de las nuevas generaciones, así como sus habilidades de socialización.
A fin de cuentas como plantea el filósofo surcoreano Byung Chul Hang las capacidades de pensar y sentir son eminentemente humanas. “El pensamiento, es un proceso decididamente analógico. La inteligencia artificial, es artificial, pero no es suficientemente inteligente. Ello porque un proceso de pensamiento sólo es posible de forma analógica, es decir no digital. La inteligencia artificial no puede pensar. Falta la dimensión afectiva y analógica que no puede ser captada por datos e informaciones”.
Los llamados nativos digitales cada vez son más dados a estar “encapsulados” en el pequeño mundo de sus tablets y teléfonos inteligentes. Y también son cada vez menos dados a compartir y a aprender a través del intercambio de experiencias.
Dilema legal
Otra de las grandes encrucijadas que se plantean con el auge de la inteligencia artificial es saber si los robots se “harán responsables de sus actos”. Por pintoresco que parezca este tema plantea serias interrogantes.
Como explica Torres, la autonomía de los sistemas provoca que se generen diferentes situaciones en distintos lugares. Las mismas ya no necesariamente ocurrirán por acción u omisión de una persona, sino que podrían hacerlo por la de un robot. “Pero, si ocurre un accidente, cómo sabremos si se trató de un error humano o una falla del sistema; y en tal caso si se tomaron las medidas correspondientes para mitigarlo”.
Así, “la inteligencia artificial, fuertemente desarrollada desde la robótica y las redes neuronales, en especial con los métodos de deep learning, está empezando a ganar lugar en la agenda legislativa de los países más poderosos”.
Robot con ciudanía
El androide Sophia cuenta con una figura modelada a partir de la actriz británica Audrey Hepburn. Tiene una piel de silicona que parece real y puede reproducir 62 expresiones faciales. Cámaras ubicadas en sus ojos, le permiten reconocer rostros e incluso recordar individuos. Su comunicación está basada en la tecnología de reconocimiento de voz de Google y algoritmos que le permiten mantener conversaciones.
El 26 de octubre de 2017, el reinado de Arabia Saudita le otorgó la ciudadanía al androide. “Siendo la primera vez en la historia que un robot con inteligencia artificial es distinguido con ese derecho”, explica Torres.
Por su parte, en Japón siguieron los pasos de Arabia Saudita. Aunque con una repercusión mediática mucho menor, a la inteligencia artificial Shibuya Mirai se le ha otorgado la residencia de Tokio. Este sistema no posee una entidad física, sino que se trata de un software (un chatbot).
¿Quién responde?
La inteligencia artificial también ofrece posibilidades insospechadas para la desinformación y manipulación de masas. El escándalo de Cambridge Analytica dejó al descubierto como se accedió a los datos de aproximadamente 50 millones de perfiles de Facebook sin el consentimiento de los usuarios de la red social.
Los investigadores de la Universidad de Oxford informaron de algo similar en el voto británico «Brexit», gracias al manejo de bots. “Para llegar a este resultado estudiaron más de 19 millones de publicaciones de Twitter. Indicando que, por ejemplo, las 20 cuentas principales, que eran en su mayoría bots y cuentas altamente automatizadas, promediaron más de 1.300 tweets por día y generaron más de 234.000” trinos. Ahora la creación de avatares permitirá estimular aún más la proliferación de fake news que se propagan a grandes velocidades por las redes.
Ante este denso panorama, es inevitable recordar a Aldous Houxley y su Mundo Feliz de 1932. “En fin, el deber es el deber. No se pueden consultar los propios gustos. Me interesa la verdad, amo la ciencia. Pero la verdad es una amenaza y la ciencia un peligro público. Tan peligrosa, cuanto benéfica”. Y usted que opina: ¿Nos encaminamos hacia un mundo feliz o distópico?