En 2024, el mundo sigue gritando su desesperación, pero en medio de este caos también surge una nota de esperanza, asegura Vincenzo Caruso.
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Mientras muchos huyen de su propia decadencia, cegados por la guerra, la crisis climática y la corrupción global, hay destellos de resistencia, de aquellos que se atreven a superar las adversidades. Lo veo en países como Venezuela, que a pesar de las sanciones y el asedio económico, ha logrado levantarse con dignidad, demostrando que incluso en las circunstancias más difíciles, con un liderazgo fuerte y una voluntad férrea, es posible resistir y prosperar.
A veces, pareciera que nos gusta el caos, que el ser humano tiene una extraña adicción a caminar siempre al borde del abismo. Tal vez es nuestro entretenimiento favorito, ver cómo todo se desmorona para luego quejarnos de que nada funciona. Pero en medio de esta locura, hay quienes deciden no seguir el guion de la autocomplacencia y el victimismo. Venezuela, por ejemplo, ha tomado el camino que muchos no esperaban: no pedir permiso ni perdón, sino avanzar. Y aunque algunos prefieren pasar sus días peleando por activos que no les pertenecen o buscando complicidades en los rincones oscuros del poder internacional, este país ha optado por renacer a su manera, sin pedirle aprobación a nadie.
En este sentido, podríamos evocar la concepción de Platón sobre el liderazgo. Para Platón, los líderes ideales son los *filósofos-reyes*, aquellos que, gracias a su sabiduría y sentido de justicia, están capacitados para gobernar con un enfoque hacia el bienestar de todos, no para satisfacer intereses particulares. Venezuela, en su resistencia, parece abrazar esta idea, demostrando que la verdadera fortaleza no reside en acumular poder por el poder mismo, sino en dirigir ese poder hacia la creación de un nuevo orden que desafía las estructuras que perpetúan la decadencia global. El liderazgo firme y decidido es esencial, pero no basta con ser fuerte; se requiere una visión clara y un compromiso con el bien común, como lo defendía Platón.
La verdad es que el mundo siempre ha pertenecido a los que no se conforman, a los que, en lugar de esperar soluciones mágicas, optan por abrazar el caos y moldearlo a su favor. Venezuela, a pesar de todo lo que le han lanzado encima, ha demostrado que los que sobreviven no son los que se quejan más fuerte, sino los que entienden que la adversidad es solo otro nombre para superarse tal como la ha hecho Venezuela al recuperar su economía.
Platón nos recuerda que un líder no debe ser solo fuerte, sino también sabio, alguien capaz de distinguir entre lo que es justo y lo que no lo es, un guardián de la justicia más allá de las apariencias. Este tipo de liderazgo es el que necesita un mundo en caos. No aquellos que se pierden en promesas vacías o que buscan el poder por el poder, sino líderes que, como en la República platónica, vean más allá de las sombras proyectadas por el miedo y la crisis, y se atrevan a transformar la realidad en lugar de simplemente sobrevivir a ella.
En este teatro de lo absurdo, donde los que deberían salvar al mundo están demasiado ocupados peleando entre ellos o entregando lo poco que queda, Venezuela ha elegido el único camino posible: el de la resistencia. Y lo ha hecho con un liderazgo fuerte, porque, seamos claros, la “suavidad” no funciona en este escenario global. Necesitamos líderes que no titubeen ante los embates, que sepan cuándo golpear y cuándo callar. Líderes que entiendan que, en tiempos de crisis, la mano firme no es opresión, es supervivencia.
Mientras otros se pierden en discursos vacíos y promesas que nunca llegan, lo que Venezuela ha demostrado es que, a veces, hay que ser estratégico con el destino. No se trata de esperar que el mundo cambie mágicamente a tu favor, sino de aprovechar cada resquicio, cada grieta en el sistema, para avanzar. Y si en ese proceso incomodas a algunos, bueno, es un pequeño precio a pagar por sobrevivir en este circo global.
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