Analizar el comportamiento del tipo de cambio desde una perspectiva economicista, obviando deliberadamente el escenario retrospectivo y el entramado de relaciones, desconectado de la economía en su conjunto constituye un error metodológico que imposibilita la comprensión del fenómeno en su justa dimensión.
La economía venezolana registró una contracción desde el primer trimestre del año 2014, hasta el segundo trimestre del 2021, una destrucción de las capacidades productivas que supera el 80%. El resultado: una economía mucho más pequeña que además contó con el asedio del Gobierno de los EEUU y la implementación de 500 medidas coercitivas unilaterales que redujeron en más del 95% los ingresos en divisas al país. La guinda de la torta: una pandemia mundial, la covid-19.
A despecho de los economistas neoliberales – y algunos de “izquierda”– que tienen rato profetizando una catástrofe económica para el país, la actividad económica comienza a evidenciar signos positivos que apuntan hacia una recuperación. Situación reconocida, inclusive, por organismos internacionales como la CEPAL, FMI, entre otros. Desde luego que no podemos envilecernos ante estos síntomas y asumir una posición triunfalista, cuando verdaderamente tenemos grandes retos sociales y económicos por delante. No obstante, la gran victoria tras este aspecto la constituye la estabilidad política que lo sustenta generada por el liderazgo del Presidente Maduro.
Las políticas económicas implementadas han cumplido buena parte de los objetivos. La tarea que nos ocupa es: cómo garantizar la sostenibilidad del crecimiento económico en el tiempo con equidad social, descartando de plano que la adversa situación económica sea descargada sobre los hombros de los sectores más vulnerables.
Las necesidades en la fase de crecimiento son muy distintas a la fase de recesión. Al crecer la economía, el tamaño del mercado cambiario aumenta dado que los actores privados demandan la adquisición de materias primas y bienes de capital con el objeto de apalancar sus procesos productivos. En una analogía, es como la persona que necesita aumentar de peso y para lograrlo debe ingerir una ingesta calórica mayor a la que venía consumiendo.
En ese contexto, la intervención en el mercado cambiario exige un mayor volumen de divisas por parte del Banco Central de Venezuela. Tomadas de las Reservas Internacionales, que en este momento registran niveles poco óptimos (aproximadamente unos 10.000 millones USD), obliga a planificar con la rigurosidad de una intervención quirúrgica las acciones a ejecutar en el mercado cambiario, sin descuidar el necesario análisis de escenarios con visión prospectiva y planteamientos concretos ante cada uno de ellos, respecto del qué hacer y el cómo lograrlo – en aras de precisar una estrategia que anticipe y no que reaccione tardíamente a los hechos económicos, con los consecuentes costos políticos y sociales que conlleva.
Otras formas y mecanismos de intervención son necesarios: un sistema mayorista -donde bancos y personas jurídicas pujen la tasa de equilibrio, la actuación de nuevos actores – casas de cambio – a nivel nacional que faciliten la compra y venta de divisas, recepción de las remesas, entre otros.
Sin duda, acciones de esta naturaleza requieren -necesariamente- de un incremento en el corto plazo de la producción petrolera para procurar una holgura en las Reservas Internacionales, además promover una estrategia de acercamiento con países aliados o Instituciones Multilaterales como la CAF para acceder a financiamiento y apalancar con más fuerza los procesos productivos. La peor diligencia es la que no se hace.
No hay un manual con recetas técnicas, como tampoco hay espacio para la improvisación, los deseos no empreñan. La situación demanda una visión transdisciplinaria, equilibrada, que con disciplina y máxima concentración en el objetivo nos conduzca por el sendero deseable sorteando la adversidad y capitalizar así los buenos pronósticos en materia económica.