Hoy se celebran elecciones presidenciales en Venezuela. Y de nuevo se confirma que todo lo que sucede en Venezuela es diferente a cuando se produce en otro lugar. La razón es sencilla. En Venezuela hace 25 años que la derecha perdió el control del país y eso le convierte en objetivo a derrocar, en país a desestabilizar, en economía a destruir. Además, a diferencia de lo que sucede en cualquier otro país, las instituciones venezolanas son atacadas por gobiernos y medios de comunicación europeos y estadounidenses.
Para cualquier nación se llama a respetar las sentencias judiciales, a las autoridades electorales, a las fuerzas del orden, a la soberanía de sus fronteras, a la independencia de su Parlamento o de su gobierno. Sin embargo, el discurso sobre Venezuela se dirige invalidar a sus jueces y sentencias, ignorar sus autoridades electorales, llamar al levantamiento de las fuerzas que deben garantizar la paz, desautorizar la soberanía de sus fronteras para decidir quién puede entrar al país y desconocer a su Parlamento y Gobierno elegido.
Ante las elecciones, en cualquier país latinoamericano se reconocen sus árbitros electorales antes de los comicios, se consideran válidos los resultados, una vez realizados, y, por supuesto, se llama a respetarlos. En el caso de Venezuela, políticos de derecha, gobernantes occidentales y grandes medios de comunicación ya avanzan su juicio sobre el resultado y adelantan que si no se cumple, será un golpe de Estado de Nicolás Maduro. Pero, en realidad, un golpe de Estado es decir, antes de las elecciones, que va a ganar la oposición y que el gobierno obligatoriamente se debe ir. Exigir la salida de un gobierno antes de saber un resultado electoral, aceptarlo sólo si te conviene, sí es un golpe de Estado.
No dejamos de ver en los países de todo el mundo, y especialmente en América Latina, a una izquierda que escrupulosamente acepta victorias electorales de la derecha. Sin ir más lejos, la izquierda ha cedido el poder en Argentina, Uruguay, Brasil, El Salvador, ha acatado los resultados electorales, aceptando la democracia y respetando la voluntad popular. Sin embargo, la derecha no acepta perder. Toma el poder mediante golpes en Honduras o Paraguay y lo intenta en Bolivia, Brasil y, por supuesto, Venezuela. Y, mientras tanto, en un acto no demasiado patriota, recurre a potencias extranjeras para que apliquen sanciones a la economía con el objetivo de dañar al país y a sus ciudadanos.
Los venezolanos han sufrido la agresión de unas sanciones ilegales que lograron dañar la economía nacional y también la de las familias. Pero ahora están viendo que el mundo ha cambiado. Hoy, ni Estados Unidos, ni sus asistentes europeos, pueden hacer ya el mismo daño a los países que les incomodan. El mundo es otro, la desdolarización avanza, el control bancario internacional de Estados Unidos ya no existe, la producción mundial es prioritariamente de China y la energía de Rusia, además de Venezuela. Y la economía mundial es de los BRICS en lugar del G7, unos BRICS en los que ojalá Venezuela entre pronto.
Y eso es bueno para los que defienden a Nicolás Maduro y también para los que se oponen a su gobierno. Y a estos últimos les quiero decir lo siguiente.
En mi país, España, nunca la presidencia fue de mi gusto en casi 50 años de democracia. Y siempre acepté los resultados electorales y consideré que los elegidos eran mis presidentes.
Eso mismo debemos pedirle a los venezolanos, que acepten el resultado electoral que sea sancionado por las autoridades electorales, que no se dejen engañar por las llamadas a la desestabilización y al golpismo, en gran parte por intereses extranjeros que solo quieren sus recursos y no les interesa su democracia ni sus derechos. Sigan siendo oposición si así lo consideran, pero respeten sus instituciones, fuera de las instituciones solo hay violencia y jungla.
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