La cumbre anual de la OTAN, se termina en Vilna, la capital de Lituania, hoy, 12 de julio. Además de ser miembro de la Alianza Atlántica, Lituania pertenece a la ONU, al Consejo de Europa y a la OCDE.
Vilna se encuentra a tan solo 151 km de Rusia, a 32 km de la valla fronteriza con Bielorrusia, aliado oficial de Moscú en el conflicto de Ucrania.
Lituania es uno de los países más pequeños y menos poblados de la Alianza Atlántica en su «flanco oriental», es decir, entre los países miembros de Europa del Este, con solo 2,7 millones de habitantes, pero es el segundo en número de soldados de la OTAN en el propio territorio: hay unos 4 mil, más del doble de los presentes en todos los demás estados de la región, excepto Polonia, donde, sin embargo, viven más de 40 millones de personas.
Tras la caída de la Unión Soviética y la «balcanización» que siguió, algunas pequeñas franjas de territorio cobraron importancia estratégica, saltando a la palestra ante un nuevo intento de la OTAN de extender su hegemonía, redefiniendo alianzas en Europa.
Es el caso de la “puerta Suwalki”, que toma su nombre de una ciudad polaca cercana, que de hecho corresponde a la frontera entre Lituania y Polonia.
Se trata de un corredor de unos 65 kilómetros de ancho, situado entre el enclave ruso de Kaliningrado y Bielorrusia, y que se considera «el punto débil de la OTAN« al noroeste de Kaliningrado y sureste de Bielorrusia, ya que se trata de un trozo de territorio ruso en el medio del área de la UE.
La OTAN decidió enviar tropas masivas a esta zona entre 2015 y 2016, tras el referéndum sobre la adhesión de Crimea a Rusia, votado en 2014, y concentrarlas sobre todo en los dos países que divide el cruce de Suwalki: Lituania y Polonia, dos Países de la Unión Europea pertenecientes al espacio Schengen.
En Lituania, el 5% de la población es de origen ruso y el 15% habla ruso, pero es el país de Europa, además de Polonia, donde hay mayor consenso hacia la OTAN que, en junio, organizó ejercicios militares masivos.
La cumbre de Vilnus ha puesto en marcha el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, decidido el año pasado en Madrid, de cara al 75 aniversario de la Alianza, el próximo año en Washington, cuando también se celebrarán las elecciones presidenciales de EE. UU., en noviembre de 2024.
A diferencia del documento anterior de 2010, la OTAN ya no ha considerado a Moscú como un socio potencial. Por lo contrario, el documento de Madrid reafirmó que Moscú representa la amenaza más directa para la seguridad de los países aliados y para la paz y la estabilidad en el área euroatlántica.
Para ello, estableció un claro cambio de postura de la Alianza en Europa en términos de “disuasión y defensa”.
El eje fundamental del nuevo concepto estratégico es la inversión en innovación tecnológica, también en los campos de las tecnologías emergentes y disruptivas, para poder asegurar la supremacía técnica y tecnológica de las fuerzas de la OTAN sobre los “desafíos sistémicos” que plantea China.
En este sentido, los líderes aliados firmaron oficialmente el acuerdo que pone en marcha el Fondo de Innovación en Defensa de la OTAN, que invertirá mil millones de euros durante 15 años en start-ups y pequeñas y medianas empresas que trabajen en tecnologías emergentes, con una doble vocación como inteligencia artificial, cuántica y biotecnología.
El fondo está estrechamente vinculado al Acelerador de Innovación de Defensa para el Atlántico Norte (Diana) ya en tramitación, que tiene como objetivo sistematizar los polos tecnológicos en Europa y América del Norte para impulsar la innovación en el área euroatlántica.
Por ello, por primera vez hemos visto la participación completa de los que el Secretario General Stoltenberg ha definido como los «socios del Indo-Pacífico»: Australia, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur, quienes también fueron invitados a Vilna, donde se han redactado nuevos planes de cooperación bilateral.
Rusia, China y el Indo-Pacífico fueron, por tanto, los temas en debate también en Lituania, junto con el proceso de incorporación de Suecia a la alianza, ralentizado por la oposición de Turquía, pero que en cualquier caso debería estar finalizado dentro de 2023, considerando la disponibilidad de Erdogan, declarada a la cumbre.
Anunciar la entrada de su vecino sueco, un país báltico, ha servido para resaltar el «aislamiento» de Rusia en la región y las consecuencias en el control del Ártico, tras la entrada de Finlandia en la Alianza el pasado mes de abril. En cambio, se ha puesto un freno a la entrada de Ucrania en la OTAN.
En un momento crucial del conflicto, y ante el temor de que otros países cercanos a Rusia puedan hacer una solicitud similar, Estados Unidos ha anunciado un paquete de ayuda militar adicional de 800 millones de dólares, que también incluye el suministro de bombas de racimo letales (pese a la oposición de los países europeos), y la creación de un fondo de 500 millones de euros al año de ayuda a Ucrania para la modernización de sus fuerzas armadas.
EEUU ya ha invertido 47 mil millones de dólares en ayuda militar y más 30 mil millones en asistencia económica, la UE 54 mil 900 millones de euros, y con la promesa de que seguirán aumentando.
En Vilna se han discutido las formas de cooperación que deberán llevar a Kiev a incorporarse a la Alianza, siguiendo el modelo ya establecido con Israel, pero una vez finalizada la guerra.
De todos modos, Estados Unidos y Europa ya tienen sus negocios, en Ucrania, que podrán concluir durante el período posterior al conflicto.
Ya en mayo de 2022, 17 millones de hectáreas de tierras agrícolas (de las 40 designadas en el banco de tierras) eran propiedad de Cargill, Dupont y Monsanto.
Ahora, con el acuerdo entre el gobierno de Zelenski y la Black Rock Financial Market Advisory, se ha allanado el camino para la liquidación total de los principales sectores del Estado ucraniano, a partir de las preciadas «tierras negras» (las más fértiles que se conocen) y de la red eléctrica del país.
Por parte de Kiev, con este acuerdo, se trataría de saldar las enormes deudas contraídas con los acreedores occidentales, sobre todo por el suministro de armas y «ayudas» financieras.
Black Rock es el fondo de gestión de activos más grande del mundo. A partir del 1 de enero, estaba valorado en algo menos de nueve billones de dólares: más o menos el PIB de Alemania y Francia juntos. Y, por supuesto, un valor financiero tan enorme también le da a la empresa una influencia política correspondiente.
Mientras tanto, la OTAN – que confirmó a Jens Stoltenberg como Secretario General por un año más – prevé hacer caja con los aliados, que están de acuerdo en firmar un nuevo compromiso de gasto en defensa permanente, equivalente a «al menos» el 2% del Producto interior bruto de cada país.
La OTAN (con 1.232 billones) gasta 14 veces más que Rusia (87 billones) y 4 veces más que China (292 billones).
También está previsto que se aprueben tres planes regionales de defensa, por primera vez desde el final de la Guerra Fría, en los que se detallará cómo se debe defender el territorio en caso de ataque «por parte de Rusia o de grupos terroristas».
Por ello, está sobre la mesa la definición de un plan de acción para fortalecer la industria de la guerra y los intereses del complejo militar industrial. Un indicio al que ya se están adaptando los gobiernos europeos, intentando silenciar las manifestaciones obreras que se suceden al grito de: «¡Abajo las armas, arriba los salarios!».