“Mis momentos de inteligencia ocurren cuando escucho sin prejuicios a los demás”.
Jorge González Moore
Un día de enero de 2024, recuerdo yo, eran las cuatro de la tarde. Más de cuarenta movimientos sociales fuimos convocados por el presidente Nicolás Maduro a la Casona Cultural Aquiles Nazoa para una reunión de trabajo. Allí el jefe de Estado hizo un recuento de los avances en materia de reflexión y de trabajo realizados por el Congreso de la Nueva Época que aglutina a cada uno de los sectores sociales.
Quiero resaltar en esta reflexión la misión fundamental dada por el jefe de Estado: «ir cada uno y cada una de los líderes de movimientos sociales a escuchar al pueblo«. No nos envía a hablarle al pueblo, no se trata de ir con arengas políticas o ideológicas porque no es el momento. Si se quieren fortalecer las siete transformaciones propuestas por el mismo presidente Maduro el 15 de enero en la Asamblea Nacional, es urgente hurgar en lo profundo del alma popular para escuchar sus voces.
Es lógico que en una democracia los cambios de rumbo deben venir de la opinión de las mayorías y no esperar a que el descontento no escuchado llegue hasta las urnas el día de las elecciones.
En este sentido recuerdo la parábola del mono y el pez. Era un pececito que nadaba feliz en un pequeño pozo a la orilla del río y un mono que pasaba lo vio y dijo, pobre pececito, se va a ahogar, a lo que el bondadoso mono metió la mano en el agua y lo sacó a la arena, el pez murió de inmediato. Nos suele pasar en la lucha por la gente lo que le pasó al mono, pensamos en las necesidades de los otros desde lo que creemos que es bueno y no desde la perspectiva de la gente y esto sólo es posible escuchando cuáles son sus necesidades y no las que yo creo, o los planes preconcebidos en un escritorio.
La misión de escuchar me parece muy acertada y difícil a la vez. Difícil porque nos hemos acostumbrado a hablar mucho y a no escuchar. Difícil porque nuestros líderes en su mayoría están apresurados por la inmediatez de las redes y los medios y les parece más práctico llegar y echar un discurso, pregonar unas consignas y regresarse creyendo ingenuamente que cumplieron con lo mandado. Difícil es escuchar porque para escuchar hace falta paciencia ya que, como decía Santa Teresa «la paciencia todo lo alcanza«. Difícil porque para escuchar es necesaria la humildad que tanto cuesta. Ser humilde es un acto revolucionario en una cultura donde la arrogancia y la altanería se han apoderado de nuestro modo de relacionarnos. Cuando se tiene un liderazgo se cree que hemos adquirido el derecho a estar más arriba, a mirar verticalmente a los demás, a imponer nuestros propios caprichos, falso. Es necesario ser humildes. Humildad viene de humus, tierra fértil, es la capa de la tierra que no hace alarde pero precisamente allí es donde se nutre la vida de todos los seres. La humildad es condición primaria para saber escuchar sin prejuicios las más crudas verdades del pueblo. Primero escuchar y luego discernir con realismo lo escuchado, eso será tan vital para cualquier proceso político, democrático y en revolución que sin él se han perdido en la historia grandes proyectos revolucionarios.
¿A quién escuchar?
Generalmente se tiene la tentación de ir a escuchar allí donde sabemos que nos van a decir lo que nos gusta oír, donde nos van a acertar con un gesto lo buenos que somos. No es esa la escucha necesaria en este momento. Es urgente escuchar a todo el pueblo y escuchar todo lo que el pueblo dice. ¿Qué no todo lo que dicen es acertado? Es normal porque es un diálogo entre humanos y como tal nos equivocamos, pero no se va a la escucha para descalificar a nadie sino para escuchar y discernir. Estoy seguro que entre toda esa escucha encontraremos luces muy necesarias para iluminar las acciones que se deben tomar a corto plazo.
Al final de esta reflexión algunos lectores pueden estar imaginando que las respuestas del pueblo serán hostiles o negativas, yo creo lo contrario, prevalecerán los aciertos y gratitud por lo que se ha hecho en momentos de tantos asedios y sanciones ilegales, pero las demandas y las denuncias pueden resultar tan urgentes como esenciales y ahí está lo crucial, porque muchas veces en política como en relaciones humanas se falla en lo esencial.
El envío que hizo el presidente Maduro es a escuchar, no a que el pueblo nos escuche. Dice San Pablo que la fe entra por el oído, y podemos concluir entonces con San Pablo que los cambios profundos y acertados comienzan con la escucha atenta y humilde para luego ponerlos por obra mediante la voluntad política.
El Beato Enrique Angelelli, un obispo mártir de la dictadura de Videla en Argentina tenía para su accionar un eslogan: «un oído al Evangelio y el otro al pueblo» pues eso es lo que recomiendo en este momento de consulta que terminará el 22 de febrero. Un oído a nuestros definidos planes y proyectos de país y otro al pueblo, para enderezar entuertos antes de que sea tarde.
Por: Numa Molina
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