Para hablar de los sesenta años del lanzamiento de las misiones sanitarias de Cuba en el exterior, conversamos con el intelectual Enrique Ubieta, quien acompañó en Italia a la Brigada Henry Reeve, de cuya experiencia ha hablado en varios libros. Entre estos, Cubanos en Turín. Apuntes desde la ciencia para el combate a la covid-19.
Las misiones internacionales de salud de Cuba en el exterior atravesaron el siglo pasado, el siglo de las revoluciones, difundiendo el mensaje de Fidel: Médicos y no bombas. ¿Cuál era el espíritu que los animaba entonces, cuando Cuba también jugaba un papel importante en los movimientos internacionalistas que buscaban incendiar la pradera, comenzando por el Che, que también era médico?
La solidaridad internacionalista que la Revolución cubana desplegó en el mundo desde su llegada al poder no tuvo motivaciones geopolíticas. Como señala el investigador y profesor italoamericano Piero Gleijeses, el apoyo a la lucha anticolonial de Argelia se produjo en momentos en que De Gaulle parecía no alinearse a la política de bloqueo estadounidense. Fidel no sopesó costos y beneficios, y las relaciones con Francia, naturalmente, se enfriaron. Ninguna revolución auténtica se piensa a sí misma como hecho aislado, doméstico. Enfrentar al imperialismo significa enfrentar el orden internacional vigente. Cuba se percibía como “el primer territorio libre de América” —el primero, porque otros lo serían después— y la solidaridad en la que aspiraba a educar a sus ciudadanos no podía tener el largo y el ancho de un país.
Sí, es cierto que los gobiernos latinoamericanos, sumisos en los años sesenta y aún setenta del siglo pasado al imperialismo, intentaban acorralar a la Revolución cubana. Lo mismo ocurriría con las principales potencias capitalistas. Ahogar la chispa revolucionaria que Cuba había producido con su ejemplo victorioso era una prioridad; nosotros, claro, intentábamos mantener la llama, “crear dos, tres, muchos Vietnam”, pedía el Che Guevara. Cuba no internacionalizaba la guerra, la guerra era internacional.
Pero tuvo siempre dos componentes que la singularizaban: Cuba no era una potencia con un pasado imperial, no era un país rico, practicaba una solidaridad de “hermano”, no de “padre”, daba no lo que le sobraba, sino lo poco que tenía y no pretendía obtener ventajas económicas o geopolíticas de esa colaboración. Recuerdo vívidamente —yo era un adolescente—, el instante en que Fidel le preguntó al millón de cubanos concentrados en la Plaza de la Revolución si aceptaban donar una libra del azúcar normada de sus libretas de abastecimiento al pueblo chileno, duramente castigado por la victoria de la Unidad Popular. También las larguísimas colas de voluntarios que iban a los Bancos de Sangre a donar la suya para el pueblo peruano que había sufrido un terremoto. Como muchas veces dijo Fidel, de Angola, un país de inmensos recursos naturales, solo nos llevamos nuestros muertos. He escrito alguna vez que Cuba agradecía continuamente la solidaridad que recibía de la Unión Soviética, pero no la consideraba “un favor”, sino un deber: los soviéticos estaban moralmente obligados a prestarnos esa ayuda, al igual que lo estábamos nosotros con respecto a países con el mismo nivel o más pobres que nosotros.
El otro componente era su eticidad: desde los tiempos de la Sierra, se curaba y se salvaba no sólo al combatiente revolucionario, también al soldado enemigo herido y prisionero, y a los pobladores de la zona, estuviesen o no de acuerdo con los revolucionarios. Esa práctica se prosiguió en los países donde hubo colaboración militar o guerrillera. La solidaridad médica no se circunscribió a países con gobiernos amigos. El caso más paradigmático fue el de la Nicaragua de Somoza, a donde llegó una brigada cubana después del fatídico terremoto que destruyó Managua. En algunos países donde hay colaboradores de la salud no existen embajadas cubanas. Los médicos y médicas (enfermeros y enfermeras), tienen prohibido hacer proselitismo político. Atienden por igual a todos los pacientes, sean de izquierda o de derecha, ricos o pobres. Pienso que esa percepción humanista debe condicionar la conducta de todo revolucionario. Considero que el internacionalismo guerrillero, el militar y el médico (podría añadir el educativo para las campañas de alfabetización, entre otros), son solo variables adecuadas a las cisrcunstancias y los tiempos, del mismo espíritu solidario y humanista.
¿Y qué cambió después de la caída de la Unión Soviética cuando Cuba quedó prácticamente sola en la defensa del socialismo (en América Latina y más allá)? ¿Era necesario contener el “internacionalismo proletario” en favor de un “humanismo” más adecuado a las circunstancias?
Durante algunos años a partir del “desmerengamiento” del llamado campo socialista, Cuba tuvo que concentrarse en salvar sus conquistas sociales, pero en 1998, Fidel relanzó el internacionalismo médico junto a un programa interno que llamó “Batalla de Ideas”; ambos programas tenían la intención de rescatar el espíritu solidario que la Revolución había sembrado y que la enorme depresión económica que la brusca supresión de todos los vínculos comerciales con aquellos países, más el bloqueo estadounidense, había erosionado. Hacia dentro: rescatar a jóvenes de barrios humildes que no estudiaban ni trabajaban haciéndolos protagonistas de su recuperación, formándolos como trabajadores sociales para que a su vez rescataran a otros jóvenes como ellos y después de un tiempo, reinsertándolos en el sistema de educación superior. Hacia lo externo: las brigadas médicas cubanas “invadirían” los más apartados rincones de Nicaragua, Honduras y Guatemala en Centroamérica (después se añadiría Venezuela), con un pequeño estipendio aportado por el propio gobierno cubano, y de Haití, después del paso de dos feroces huracanes, el Mitch y el George.
Yo los acompañé durante un año (1999-2000) y escribí un libro que titulé, para contradecir al mexicano Jorge Castañeda, La utopía rearmada (2002). Desde entonces, hace ya 25 años, hay brigadas médicas cubanas de forma permanente en Haití, ocurran epidemias, terremotos, golpes de estado o guerras civiles. Cuando esto último sucede, se curan a los heridos de los dos bandos. Los cubanos tienen la indicación de colaborar con las autoridades nacionales y locales de todos los países, con independencia de su filiación política, incluso con los líderes religiosos de las más disímiles denominaciones y con los curanderos o chamanes donde los haya: el objetivo es salvar vidas. Hay que entender que la influencia ideológica no se construye de palabras, de discursos, sino de actos: que una o un médico cubanos esté en los rincones “más oscuros”, como los llamaba el emperador de turno, viviendo en condiciones precarias, sin exigir un salario elevado ni cobrarle al paciente, sin asumirse como representante de una clase superior (esto lo percibían de inmediato los humildes pobladores atendidos), dispuesto a cargar agua o sentarse a la mesa con sus pacientes, es hacer ideología revolucionaria. Por cierto, la frase “Médicos y no bombas” de Fidel, aunque presente de múltiples formas, como idea, en sus discursos anteriores, fue pronunciada en 2003, en esta etapa, ante las reiteradas amenazas e invasiones del gobierno estadounidenbse a esos “oscuros rincones”, en lugar de brindar asistencia como hacía Cuba. No es un humanismo abstracto, es una expresión genuina de humanismo revolucionario.
Debo decir finalmente que el relanzamiento que hiciera Fidel del internacionalismo médico en las nuevas condiciones históricas no era solo una acción hacia el exterior, también cumplía, cumple, una función interna: reciclar el sentimiento solidario de los cubanos, es decir, el espíritu revolucionario. Cuando las brigadas médicas que enfrentaron la pandemia de Covid-19 en el mundo regresaban a Cuba, recorrían las calles de La Habana en ómnibus hacia el lugar donde pasarían la cuarentena, y el pueblo los esperaba para aplaudirlos a su paso. Esto es importante, porque el imperialismo dice que son esclavos —no puede tolerar que existan mujeres y hombres dispuestos a entregar solidaridad sin una retribución material muy alta—, pero de esos “esclavos” se sienten orgullosas sus madres, sus parejas e hijos, tanto como los vecinos del barrio, algo verdaderamente insólito. El pueblo aplaudía a los y las médicos que arriesgaban sus vidas por salvar la de lejanos y desconocidos pacientes, aún en medio de severas carencias materiales ocasionadas por el bloqueo, que en esos días cerraba de manera criminal la posibilidad de comprar oxígeno y otros insumos para salvar la de sus coterráneos.
La Brigada Henry Reeve, que usted acompañó a Europa, nació en los años en que el socialismo había sido satanizado en los países capitalistas europeos. ¿Cuál es tu evaluación de la Brigada que llegó a Italia durante la pandemia y tuvo que trabajar bajo la gestión regional de la derecha?
En 2005 Fidel responde a la bravuconería del gobierno estadounidense con el ofrecimiento de ayuda humanitaria a los damnificados por el huracán Katrina en Nueva Orleans. Para ello constituye el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastre y Graves Epidemias “Henry Reeve”, integrado por miles de especialistas. El nombre seleccionado es un símbolo de la amistad: Henry Reeve fue un bravo general neoyorkino que murió peleando por la independencia de Cuba en el siglo XIX. Aunque durante décadas Cuba había enviado brigadas a los países que sufrían desastres naturales, este Contingente formalizó e institucionalizó esa práctica. El presidente Bush se negó a aceptar la ayuda, pero desde entonces el Contingente, repartido en brigadas, ha cumplido importantes misiones internacionalistas. Tuve la fortuna de acompañar a las Brigadas Henry Reeve que enfrentaron el ébola en África Occidental y la Covid-19 en Italia, cuando el epicentro de la pandemia se encontraba en esa nación y de plasmar en sendos libros —Zona roja (2016, edición en italiano 2021) y Diario de Turín (2021, edición en italiano 2021) — la experiencia vivida, ambos publicados en Italia por Epics Edizioni de la ciudad de Turín. Pero la Brigada ha cumplido importantes misiones en países tan distantes, cultural y geográficamente, como Guatemala, Pakistán, Indonesia, Brasil, México, China, Haití y Turquía, entre muchos otros.
La experiencia italiana fue muy reconfortante. Quiero enfatizar que la actividad de las brigadas médicas cubanas, aún cuando pasan por acuerdos entre estados, alcaldías o gobernaturas, adquieren siempre la dimensión más inmediata y efectiva: es una colaboración de pueblo a pueblo. Nada más humano, más real, que un médico o enfermero frente a su paciente (no a su cliente). Los cubanos en Italia toparon con equipos sofisticados que solo en revistas especializadas habían visto. Aprendieron a manejarlos. Recuerda que, aunque muchos habían cumplido misiones anteriores en el Sur empobrecido, son especialistas provenientes de toda la geografía cubana, a veces de pueblos pequeños, muy intrincados. El bloqueo restringe la capacidad de Cuba para adquirir esos equipos, tanto por disponibilidad financiera (los bancos en el mundo tienen prohibido otorgar préstamos o permitir transacciones desde o hacia Cuba), como por su procedencia (si solo posée un 10 por ciento de componentes estadounidenses, queda prohibida su compra por los cubanos). Pero nuestras brigadas, acostumbradas a esas carencias y de acuerdo a una tradición formativa, aplican con éxito el método clínico: tocan, observan al paciente, conversan con él, indagan sobre sus familias y enfermedades previas, todo lo cual los acerca afectivamente, y el paciente no solo se siente atendido, también acompañado. La relación con los médicos y enfermeros italianos fue excelente. Un grupo de jóvenes voluntarios italianos que hablaba español conformó una brigada de apoyo, y son hoy amigos sinceros. Los brigadistas cubanos cosecharon amor en Lombardía y en Piamonte; un sentimiento que no rebasa ni pretende rebasar los límites de la ideología propia, lo cual no importa: es suficiente para abrir las puertas del entendimiento a lo diferente, en sociedades donde los medios demonizan cotidianamente la realidad cubana.
El bloqueo genocida pesa sobre las políticas de salud que Cuba ha sabido garantizar e incluso fortalecer. ¿Cómo fue esto posible? ¿A qué tuvo que renunciar y en qué se apoyó para resistir y relanzar las políticas sociales aún en tiempos de pandemia?
El bloqueo recrudecido en tiempos de pandemia fue un acto criminal, premeditado, ejercido a conciencia por los gobiernos de Trump y de Biden para asfixiar al pueblo cubano. Cuba se quedó sin fuentes de ingresos (la economía mundial y el turismo paralizados) y empleó sus exiguas reservas en un único propósito: salvar vidas. Albergó y alimentó gratuitamente a miles de sospechosos de portar el virus y a sus contactos; a los enfermos, naturalmente, con la asistencia de miles de voluntarios, la mayoría jóvenes, muchos estudiantes universitarios que asumieron funciones de limpieza; redirigió los esfuerzos de las instituciones científicas del país a la consecución y produción de vacunas propias y de algunos productos necesarios, como respiradores artificiales hechos en casa. Finalmente obtuvo tres candidatos vacunales y vacunó a más del 90 por ciento de la población, incluidos niños, en una versión adecuada a sus edades. Simultáneamente, envió 58 brigadas médicas solidarias a 48 países de América Latina, el Caribe, África, Asia y Europa, muchas de ellas se incorporaban a las zonas más golpeadas del país a su regreso. Fue una proeza. El país bloqueado contuvo la diseminación y el impacto de la pandemia en su población, y contribuyó a contenerla en el mundo, incluso en países de mayor desarrollo. El país se apoyó en su mayor recurso: la inteligencia de sus mujeres y hombres formada por la Revolución.
No puede sin embargo pensarse que las sanciones en tiempo de pandemia no causaron importantes daños al sistema de salud cubano. Murieron enfermos por falta de oxígeno (una vieja planta cubana presentó roturas y Cuba fue impedida de importar balones de oxígeno en los mercados cercanos), algunos de ellos eran médicos y enfermeros que habían estado antes brindando sus saberes en países afectados por la pandemia y estaban de regreso en casa. Los índices de mortalidad en recién nacidos y en madres parturientas, retrocedieron. Mi hermana estuvo recientemente ingresada en un hospitral, y a pesar de que la atención de los especialistas fue excelente, hubo análisis que no se pudieron hacer por falta de reactivos, y algunos de los medicamentos recomendados tuvieron que ser sustituidos por otros menos eficientes para su patología, porque estaban en falta. Esa es la realidad que enfrenta Cuba.
¿Cuánto ha influido el intercambio solidario con la Venezuela bolivariana y cuánto ahora influye el de otros países que se mueven en una lógica multipolar?
Viví durante un año (2005) en Venezuela, recorrí todos sus estados y escribí también un libro sobre sus misiones sociales, Venezuela rebelde (2006). Para los cubanos que nacimos con la Revolución fue la oportunidad de experimentar lo que vivieron nuestros padres. Fidel y Chávez se complementaban de manera extraordinaria: saltaban una y otra vez sobre el abismo de la imposibilidad, para demostrar que la ecuación revolucionaria no admite una matemática simple, porque confía en los pueblos (la subjetividad de los pueblos, su capacidad de autosuperación es el quinto elemento “invisible” que produce el resultado inesperado de la suma de cuatro elementos “visibles”). Con Venezuela hemos construido una cooperación que no se basa únicamente en el precio de los productos o de los servicios, sino también en su valor, en su valor para el pueblo. Creo que en ese país hermano se han hecho cosas de las cuales hemos aprendido los cubanos, y viceversa. No obstante, hay que recordar que no solo Cuba está bloqueada por el imperialismo, también lo está Venezuela. Y que Cuba, por razones históricas, pudo avanzar más en la consolidación de una unidad ideológica.
La multipolaridad (algunos teóricos prefieren emplear el término multilateralidad, para desechar la idea de que deben existir polos), es imprescindible para la independencia de los países y la soberanía de los pueblos. Hoy, por suerte, el polo de poder tradicional, el occidental (en términos geopolíticos, no geográficos) cuyo eje decisivo es el imperialismo estadounidense, está siendo rebasado por otros actores, lo que hace que sea más peligroso, y que adopte posturas neofascistas. La izquierda, a veces, se invisibiliza y se funde con el centro (todo centro es a la postre de derecha), mientras que la derecha se visibiliza sin recato. Pero esa multipolaridad nos permite respirar aunque sea de manera intermitente. No hablo, desde luego, de la solidaridad internacional, que siempre ha sido un apoyo insustituible para Cuba.
¿En qué temas se centra hoy su trabajo intelectual y literario?
En 2022 apareció en Buenos Aires mi libro La isla posible. Debates sobre ideología y revolución en Cuba (Acercándonos Ediciones), con un prólogo del teórico y revolucionario marxista Néstor Kohan, que contiene ensayos y debates recientes en los que he participado. Este año debe publicarse en España mi libro A bordo de una nave llamada Cuba con un bello y profundo prólogo de la escritora comunista Belén Gopegui. Se trata de ensayos escogidos de casi todos mis libros, en general desconocidos para el lector español. Trabajo además en una extensa selección de textos revolucionarios cubanos en dos tomos, que hagan comprensible la línea de continuidad y ruptura en el tiempo de ese pensamiento, desde el nacimiento de la nación cubana a fines del siglo XVIII, hasta la actualidad.
Pero mi trabajo intelectual fundamental es la conducción de Cuba Socialista, la revista teórica y política del Partido Comunista de Cuba. Estamos organizando desde ya el II Encuentro Internacional de Publicaciones Teóricas de la Izquierda, que tendrá lugar en febrero de 2024.