Recientemente, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, declaraba formalmente el fin de la emergencia sanitaria por la covid-19. Aunque se deben mantener las medidas y protocolos de seguridad, puede decirse que la humanidad salió airosa de un desafío que en muchos casos hizo pensar lo peor. Sin embargo, a pesar de que la crisis en este campo ha sido solventada (ya tenemos una vacuna, ya sabemos cómo tratar la enfermedad y también como evitarla); hay otra pandemia extremadamente peligrosa, de la cual -a diferencia de la covid- nadie habla, especialmente en los grandes medios de comunicación.
Nos referimos a la obesidad, un enemigo letal y a la vista de todos, pero curiosamente “invisibilizado”, por grandes y poderosos intereses. De acuerdo con la OMS el problema de la obesidad se ha triplicado en todo el mundo desde 1975. Esto se expresa en cifras gruesas: Para 2016, se tenía registro de 1.900 millones de personas con sobrepeso y 650 millones de obesos. Además se estima que para 2030, la mitad del planeta será obesa y en los países occidentales 250 millones de niños padecerán obesidad.
Una tragedia
Expertos en materia de salud, no dudan en calificar esta pandemia de obesidad, como el problema de salud más importante de cara al presente y también a corto y mediano plazo. Esto porque se trata de un fenómeno global, que ningún país ha logrado detener. Algo que se ha definido como una tragedia. Y también un fracaso colectivo hecho por el hombre. Principalmente, porque está comprobado que la obesidad transforma el cuerpo y disminuye la calidad de vida.
De acuerdo con la OMS, el sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. El índice de masa corporal (IMC) es un indicador simple de la relación entre el peso y la talla que se utiliza frecuentemente, para identificar el sobrepeso y la obesidad en los adultos. Se calcula dividiendo el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla en metros (kg/m2). En el caso de los adultos, la OMS establece que existe sobrepeso y la obesidad si: 1) sobrepeso = IMC igual o superior a 25; y 2) obesidad: IMC igual o superior a 30.
Problemas a la carta
La lista de problemas de salud asociada a la obesidad y el sobrepeso es extensa. De hecho el diámetro del abdomen se utiliza como factor de riesgo para contraer enfermedades varias como: diabetes, hipertensión, dislipidemia, hígado graso, infarto al miocardio, ACV y distintos tipos de cáncer (endometrio, mama, ovarios, próstata, hígado, vesícula biliar, riñones y colon). Esto se conoce como cinturón lipídico. En el caso de las mujeres no debería exceder de 88 cm, y en los hombres no debería pasar de 102 cm. Igualmente, la pandemia de obesidad está comúnmente asociada a trastornos del aparato locomotor, en especial la osteoartritis, una enfermedad degenerativa de las articulaciones muy discapacitante.
Por sus implicaciones, el tema ha despertado el interés de los expertos en salud pública y también ha sido objeto de polémicas y debate. Como se registra en el documental de la DW, La gula de la industria alimentaria. Un mundo de obesidad (2022), han surgido diversas hipótesis para explicar esta pandemia de obesidad. Inicialmente, había la tendencia a considerar que las personas obesas lo eran por falta de voluntad. No obstante, cada vez se consolida más la tesis de que no es así. Más bien se trata de un fracaso colectivo de una “sociedad obesogénica”. Es decir un sistema que produce personas gordas, por la comida que pone a la disposición de las masas.
Industria y comida chatarra
Así se fija como hito la fecha de 1980. En ese período se produce un cambio en el patrón de consumo masivo. Y es que para ese entonces, el principal problema de salud pública eran las enfermedades coronarias, entonces privó la idea errada de que lo más dañino eran las grasas. Algo que aprovecharon muy bien los grupos de presión del azúcar para promover lo cereales ultra procesados y los almidones de la “comida light”. La principal fuente de energía ya no serían las grasas y cereales no procesados, sino los azúcares.
Como indica el experto Raj Patel, “es rentable vender alimentos grasos, salados y azucarados. Es mucho menos rentable vender comida sana, alta en fibra y mínimamente procesada”. Por lo tanto, la fuerza que impulsa realmente esta pandemia de obesidad, no es la falta de voluntad de las personas, sino un sistema que obtiene enormes ganancias corporativas a costa de destrozar la salud de miles de millones.
Dulce veneno
Por su parte, el investigador Jorge Veraza, coordinador del libro Los peligros de comer en capitalismo, realiza una caracterización contundente del papel del azúcar en el Sistema Alimentario Capitalista (SAC). “El azúcar blanca o refinada es hoy alimento común. Como convivimos con él parece algo inocuo, inofensivo. No obstante, su peligrosidad ha sido denunciada con frecuencia”. Pero, agrega Veraza, “el sabor dulce del azúcar hace difícil que aceptemos su carácter nocivo. De ahí que aunque se insista en los peligros que entraña su consumo, nos neguemos a reconocer esta verdad y aceptemos con facilidad los argumentos de quienes pretenden ocultarla”.
Y detrás de esos “grupos de presión” se encuentran en primera fila la gran industria de alimentos y bebidas no alcohólicas. Con las grandes refresqueras a la cabeza como Coca Cola y Pepsi Cola. Y un verdadero imperio global, donde figuran grandes nombres como Nestlé, Kellogg´s, Associated British Foods, Mondelez, Mars, Unilever, General Mills y Danone. Este pequeño grupo controla de forma casi omnímoda todo el entramado de establecimientos dedicados a la fabricación de alimentos a escala global.
Mega ganancias
Lo que está en juego son sumas astronómicas. Se estima que las ganancias corporativas de esta industria se ubican sobre los 500 mil millones de dólares por año. Ello explica que se destinen sumas enormes (de hasta 120 millones de dólares) en campañas de marketing, para posicionar estos productos (refrescos y comida chatarra) como supuestas fuentes de bienestar, libertad y hasta estatus.
Tras bastidores la gran empresa hace lobby político para frenar legislaciones o evadir demandas de grupos comunitarios. Por ello, como explica Veraza, no ha sido posible que en “los envases de azúcar blanca aparezca –ni siquiera con letras microscópicas como en las cajetillas de cigarrillos- la advertencia: Este alimento es nocivo para la salud”. Algo vital, siendo que más de 30 años de advertencia y regulación sobre el tabaco han salvado 1.000 millones de vidas, como explica el activista y médico norteamericano, Dean Schillinger.
Víctimas inocentes
La industria y su marketing se ceban con los más pequeños. Al captar a los niños aseguran fidelidad, sin importar los estragos que sus productos causen a futuro. Hoy día es común ver a pacientes prediabéticos de 8 y 10 años y a pacientes diabéticos con menos 18 años. Algo impensable hace tan solo 25 años, según refiere Schillinger. De acuerdo con las estadísticas, un diabético muere cada 6 segundos. Además se estima que 1 de cada 2 niños afroamericanos desarrollará diabetes; y 1 de cada 5 niños afroamericanos es obeso. Estas cifras son aún mayores entre la población hispana asentada en EE.UU. Entretanto, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en 2016, 342.603 personas fallecieron de diabetes en la región.
Esta enfermedad es terrible. De hecho como explica la OPS, si no es controlada a tiempo, es una importante causa de ceguera, insuficiencia renal, infarto de miocardio, accidente cerebrovascular y amputación de los miembros inferiores.
Falsa premisa
Para los años 2000, la industria se convirtió en promotora de los ejercicios. Sí paradójicamente los causantes del mal querían ser impulsores de la solución. Pero el problema es que no basta con ejercitarse. Como dicen los expertos el ejercicio suma, pero la dieta multiplica. Es errado pensar que podemos atiborrarnos de comida chatarra y luego con algunos minutos actividad física todo estará en orden.
Definitivamente no funciona así. El reto principal está en los padres de las nuevas generaciones para que inculquen a sus hijos hábitos de comida sana. La industria por sí misma no se va a regular es una posibilidad más que negada. El marketing seguirá haciendo lo suyo. Y mientras se destraban las posibles regulaciones para la toma de una conciencia colectiva, hay que empezar a tomar acciones desde lo que esté a nuestro alcance. Para ello es necesario investigar y documentarse, ser más selectivos y empezar a transmitir otros patrones alimentarios a nuestros hijos, de lo contrario la pandemia de obesidad de la que nadie habla, seguirá su curso destructivo e indetenible.