Henry tiene 55 años, es de San Cristóbal y vive en esa hermosa ciudad desde que nació. Afectado por la pandemia y las precariedades derivadas del asedio a la economía venezolana, se vino a menos. De tener cierta holgura como constructor, ahora se gana la vida haciendo carreras desde la capital de su estado, hasta san Antonio del Táchira y otras localidades vecinas.
Su relación matrimonial hizo crisis: Está divorciado, algunos hijos se le fueron del país. Por eso, últimamente, una idea que le comentaron algunos “amigos”, le ronda insistentemente por la cabeza. Se ha propuesto reunir US$ 2.000 para cruzar por el tapón del Darién y llegar a EEUU a trabajar “y ganarse la vida”. Si concreta su temerario plan, el bueno de Henry ignora que en vez del “sueño americano”, en realidad le espera en el Darién un calvario, antes de llegar al infierno.
Henry, como muchos otros venezolanos, se está dejando “comer la cabeza” frente a un fenómeno que ha resultado ser fatal para decenas de personas. De entrada hay que aclarar que la selva pantanosa que comparten Colombia y Panamá, y que separa el Sur del Centro y Norteamérica, no es un corredor exclusivo de migrantes venezolanos.
Mala prensa a Venezuela
Esa es la versión que ha querido dar alguna prensa y ciertos “influencers” en redes sociales, para banalizar un problema de vieja data. Por supuesto, como casi siempre ocurre, con la intención de seguir dando mala prensa a Venezuela. Especialmente, en un momento en que el experimento de Guaidó naufraga en la indiferencia absoluta, y la economía venezolana comienza a recuperarse del criminal bloqueo.
De acuerdo con cifras recientes de la ACNUR-ONU, sólo en 2021 más de 130 mil personas utilizaron esa peligrosa ruta para llegar a EE.UU. Esa misma instancia estima que sólo alrededor de 2.000 eran connacionales; es decir menos del 1,5% del total que atravesaron por el calvario del Darién.
Por otro lado, las autoridades han logrado identificar, además de venezolanos, migrantes provenientes de Siria, Sierra Leona, Bangladesh, Cuba, Pakistán, India, Eritrea, Senegal, Ghana, Haití y la República del Congo, igual que de otros países de América Latina, como Ecuador. Es un fenómeno que viene en ascenso, al menos desde 2007. Así lo revelan investigaciones de personal que estuvo afiliado a la propia cancillería colombiana, como Héctor Angulo Severiche, entre otros.
De acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), entre los factores que más han impulsado este problema, destaca la exención de visados a ciudadanos de nacionalidad china y sudafricana. Esto generó un incremento del flujo de migrantes provenientes de países del cuerno de África, como Somalia, Eritrea y Etiopía, por el calvario del Darién. Todas estas personas han utilizado a Colombia como una puerta de entrada al continente americano, especialmente en la zona del Pacífico, para luego ingresar a EEUU.
Tierra de nadie
La emblemática región del Darién, también conocida como el Tapón o selva del Darién abarca la provincia panameña del Darién. Esto incluye las comarcas indígenas de Guna Yala, Emberá-Wounaan, Guna de Madungandí y Guna de Wargandí; así como los distritos de Chimán y Chepo, en el lado panameño. Mientras que en el lado colombiano se extiende por el departamento de Chocó (municipios de la Subregión del Darién).
Básicamente se trata de un área densamente selvática y pantanosa ubicada en el límite de América Central (Panamá) y América del Sur (Colombia), que se erige como una barrera natural entre Centro y Suramérica. De hecho no hay vías terrestres de transporte y allí se interrumpe la carretera Panamericana. Por otra parte, tanto el lado colombiano, como el panameño se caracterizan por tener infraestructuras precarias y débiles o inexistentes instituciones. Ello da pie al surgimiento de todo tipo de organizaciones delictivas. Como se diría en buen venezolano una perfecta “tierra de nadie”. El Darién es todo un calvario pues.
“La baja capacidad estatal en estas zonas ha tenido como consecuencia que los grupos criminales aprovechen la ausencia de institucionalidad, para construir una gobernanza paralela a la del Estado, por medio de las economías ilegales en las que se involucran tanto a los habitantes de la región, como a los migrantes”. Así se admite en una investigación encabezada por Angulo Severiche.
Muerte por doquier
Las historias recabadas en décadas de inmigración ilegal en este corredor selvático son espeluznantes. Desde personas fallecidas o devoradas por fieras salvajes, hasta ahogadas, intoxicadas, extraviadas y suicidios. Quizás entre lo más espantoso, destaca la preocupante situación de algunos niños que emprenden este viaje solos. Esto porque sus padres viven en Estados Unidos de manera ilegal y al no poder salir, pagan a “coyotes o chilingueros” para reencontrarse con sus pequeños. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, los infantes son engañados y abandonados a su suerte, como ha denunciado la Liga Contra el Silencio.
“De hecho, si se hiciera un test de desgobierno de esta frontera, tomando como base los indicadores planteados por Ángel Rabasa y John E. Peters, se encuentra que esta zona fronteriza cumple con cada uno de ellos, a saber: falta de instituciones estatales, falta de infraestructura física que conecte las fronteras con el centro político y económico del Estado; corrupción y predominio de la economía informal, resistencia social y cultural, grupos armados ilegales, redes criminales y falta de controles fronterizos”, se señala en el trabajo citado.
De calvario al infierno
Sin embargo, algunas personas logran sortear con éxito esta traumática experiencia. El intrincado recorrido puede variar de 4 a 10 días, dependiendo de las condiciones físicas de la persona. La travesía puede incluir el paso de pantanos, ríos profundos, subir montañas pantanosas y por supuesto dormir a la intemperie, al acecho de víboras y otras fieras. Cuenta el testimonio de ciudadanos que han completado la travesía, que es normal toparse con cadáveres o cuerpos en descomposición a lo largo del trayecto. Amén de las incursiones armadas de bandas delictivas que extorsionan, roban, violan y matan.
La mala noticia para quienes cumplen este insólito viaje es que una vez en la ansiada tierra dorada del tío Sam, comienza realmente el infierno. Si el Darién es un calvario de penalidades y angustias, estar en Estados Unidos sin recursos, ni documentación se convierte en un atolladero mortal.
Esto porque a ese inmigrante ilegal, angustiado y desesperado, lo esperan otras mafias, esta vez la de los empleadores semiesclavistas y los banqueros agiotistas. Cerca del 99% de las personas que ingresan a territorio norteamericano, les aguarda un venenoso cóctel de trabajo rudo y deudas crecientes.
Trabajadores excluidos
Par darnos una idea de lo precario y rudo que es el mercado laboral formal, 43% de los trabajadores estadounidenses no gana lo suficiente para llegar a final de mes, según se desprende del libro Esclavos Unidos de la periodista radicada en EEUU, Helena Villar. Imaginemos qué se pueda esperar del mercado laboral informal: La persona prácticamente no tiene derecho ni a vacaciones ni a reposos médicos. Cada año medio millón de familias se van a la quiebra por facturas médicas.
“La meritocracia no existe, porque se parte de unas desigualdades enormes que además penalizan la pobreza y premian la riqueza en todos los aspectos”, sentencia la propia autora del libro.
La salud es un bien de lujo, una persona de ingreso medio no puede costearse por su cuenta un tratamiento médico, ni una intervención quirúrgica. Sin olvidar que la xenofobia contra afrodescendientes y latinos alcanza niveles increíbles. Como dice el célebre merengue venezolano, el “Norte es una quimera”, pero si es por el Darién la experiencia puede ser aún más aterradora. Ojalá Henry y otros como él, piensen mejor las cosas.