“La seguridad nacional de Estados Unidos se encuentra amenazada por la demencia de importantes altos funcionarios del Estado”. Expresado así se podría pensar que esa frase es una maldad procedente de algún rabioso enemigo de Estados Unidos, sin embargo, es la conclusión de una investigación del Programa de Política de Fuerzas y Recursos de la División de Investigación de Seguridad Nacional (NSRD) de RAND, un centro de investigación y desarrollo financiado con fondos federales patrocinado por todas las instancias de Defensa y Seguridad de Estados Unidos. Concretamente, la Oficina del Secretario de Defensa, el Estado Mayor Conjunto, los Comandos Combatientes Unificados, la Armada, la Infantería de Marina, las agencias de defensa y la empresa de inteligencia de defensa.
Parece lógico que ese estudio se haya planteado ante las muestras evidentes de falta de lucidez de altos cargos del país. Todos vimos al senador Mitch McConnell, republicano por Kentucky, que tuvo un segundo episodio de congelamiento el pasado mes de agosto, recordarán esas imágenes en el atril quedándose inmóvil y en silencio a mitad de su exposición. Se trata de un alto cargo con el nivel de acceso más privilegiado a información clasificada que cualquier miembro del Congreso como miembro de la llamada Banda de los Ocho líderes del Congreso.
O el caso de la senadora Dianne Feinstein, demócrata por California, de noventa años, cuyo declive la ha dejado confundida acerca de cómo votar y ha experimentando lapsus de memoria (olvidando conversaciones y no recordando una ausencia de meses. La política fue durante años miembro de la Banda de los Ocho y sigue siendo miembro del Comité de Inteligencia del Senado, en el que ha trabajado desde 2001.
El séquito de personal de Feinstein ha tratado durante años de ocultar su declive, hasta tal punto que han establecido un sistema para evitar que camine sola por los pasillos del Congreso y se arriesgue a tener una interacción sin supervisión con un periodista.
La “Banda de los Ocho” es una expresión coloquial empleada para designar al grupo conformado por ocho líderes del Congreso de los Estados Unidos , a los que el poder ejecutivo notifica acerca de información clasificada de inteligencia.
Tampoco hace falta recordar los numerosos momentos en los que el actual presidente de Estados Unidos ha dejado desconcertado a público, asesores y asistentes al adoptar comportamientos extraños ante la audiencia: frases inconexas, confusión de personas, abandonos inesperados del atril o ignorar a altos representantes que le acompañaban.
Todo ello es lo que ha llevado a la realización de esta investigación del Pentágono y afirmar algo tan rotundo e inquietante como que “las personas que poseen o tuvieron una autorización de seguridad y manipularon material clasificado podrían convertirse en una amenaza para la seguridad si desarrollan demencia y, sin saberlo, comparten secretos gubernamentales”.
El informe “destaca los factores involucrados en que la demencia se convierta en un riesgo para la seguridad nacional y global, propone un marco para evaluar el riesgo y orienta estudios adicionales de esta amenaza potencial”.
En cuanto al ámbito militar, el panorama no es más tranquilizador, los autores del informe también señalan que “las comunidades de inteligencia y seguridad nacional están especialmente en riesgo porque emplean a un gran número de veteranos militares que, como población, pueden tener un mayor riesgo de desarrollar demencia debido a las altas tasas de lesiones cerebrales traumáticas”.
El liderazgo actual de Estados Unidos no sólo es el más antiguo de la historia, sino que además el número de personas mayores en el Congreso ha aumentado dramáticamente en los últimos años. En 1981, sólo el 4 por ciento de los congresistas tenía más de 70 años. Para 2022, esa cifra había aumentado al 23 por ciento.
Un 6% de los legisladores tiene más de ochenta años. La edad media de los legisladores es una de las mayores de la historia, según indicó un análisis de The Washington Post. Los senadores tienen una media de 65 años (la edad más alta registrada) y los representantes de la Cámara -en los últimos diez años- han tenido un promedio de entre 57 y 58 años.
En 2017, la revista Vox informó que un farmacéutico había surtido de recetas para el Alzheimer a varios miembros del Congreso.
No sorprende que la preocupación sea generalizada entre la ciudadanía y la clase política, que asiste asombrada al avance de la gerontocracia. El sesenta y nueve por ciento de los demócratas dice que Biden es “demasiado mayor para cumplir efectivamente” otro mandato, según una encuesta de Associated Press-NORC. Joe Biden, el presidente más viejo en la historia de Estados Unidos, dijo este lunes que entendía las críticas por su edad, pero que se postulaba a la relección porque el ex mandatario Donald Trump buscaba “destruir” la democracia.
Y la presidenta emérita Nancy Pelosi, demócrata por California, de 83 años, sorprendió a los observadores cuando anunció recientemente que se postularía para la reelección, buscando su decimonoveno mandato.
La pregunta es inevitable. ¿Qué puede explicar que el país más poderoso del mundo y con las Fuerzas Armadas más letales y agresivas delegue su poder político en ancianos de dudosa lucidez? Sin duda es porque son las figuras ideales para ser manejadas. El anciano no dispone de la vitalidad para enfrentarse a las conspiraciones y manipulaciones, y no traicionará en un futuro porque no hay futuro para él dentro de cinco o diez años. Es como poner al frente a un niño al que se puedes llevar por donde quieres, con la diferencia de que ese niño nunca se hará grande y se rebelará.
El caso es que, si nada cambia, las próximas elecciones presidenciales estadounidenses se debatirían entre un Biden, que tendrá 86 años al término de un segundo mandato, y un Trump, que ahora tiene 77 años y quien de ser vencedor sería el presidente de mayor edad jamás elegido en la historia del país.