Uno de los tratamientos más demandados en medicina estética son los que se realizan con bótox. La toxina botulínica es una neurotoxina de origen natural producida por la bacteria Clostridium botulinum.
De acuerdo con publicaciones especializadas, esta sustancia aparece en alimentos mal conservados y produce intoxicaciones alimentarias.
Su mecanismo de acción se basa en la capacidad que tiene para bloquear la liberación de acetilcolina, un neurotransmisor esencial para la contracción muscular. El resultado es que el músculo donde se aplica se relaja de manera temporal y pierde su capacidad de contraerse. Este efecto paralizante se usa para reducir y prevenir las líneas de expresión.
El bótox también se emplea para combatir diversos trastornos, incluyendo espasmos musculares, migrañas crónicas, incontinencia urinaria y sudoración excesiva, entre otros.
A pesar de estos usos beneficios, recientemente un estudio de la Universidad de Irvine (California), sugiere que la toxina botulínica tiene un particular efecto secundario. El bótox limitaría la capacidad de reconocer e interpretar las emociones.
Los autores del trabajo sugieren que restringir nuestras propias gesticulaciones podría dificultar la llamada retroalimentación facial.
Según la teoría esbozada por los científicos, cuando vemos una cara enfadada o feliz, imitamos el gesto. Es decir, contraemos o flexionamos los músculos correspondientes para recrear la expresión y ayudarnos a identificar la emoción reflejada.
Entonces, la imposibilidad de hacerlo debido a la aplicación de bótox, afectaría el procesamiento del cerebro de las emociones ligadas al rostro y la capacidad de leer correctamente los gestos de los demás, elemento esencial para la comunicación y la interacción social efectiva.