Guerras militares y guerras económicas, abiertas o disimuladas por el lenguaje de la diplomacia oficial. Una muestra de hipocresía imperialista. Así se puede resumir la cumbre del G7 -Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Italia, Canadá y la Unión Europea- que finalizó en Japón. El Grupo de los Siete se formó en 1975, cuando la crisis del petróleo puso de relieve los límites del crecimiento económico capitalista. Luego se convirtió en G8 durante casi veinte años con la entrada de Rusia, que fue expulsada en 2014 tras la anexión de Crimea. En 1980, el G7 representaba el 50% del PIB mundial. Hoy, poco menos del 30%.
Sin embargo, el conflicto en Ucrania y el activismo bélico impuesto por EE.UU. a la UE han revitalizado un contenedor que muchos daban por muerto, en beneficio del G20, que incluye a las economías emergentes. Alemania y Japón ya levantaron las restricciones de desarme impuestas por sus derrotas en la Segunda Guerra Mundial y duplicaron los presupuestos militares desde que comenzó el conflicto en Ucrania. Gran Bretaña, que ha jugado un papel central en el entrenamiento y armamento de las fuerzas armadas de Ucrania, está aumentando su gasto en defensa. Francia está comprometida en su rápida expansión militar. E Italia, gobernada por la extrema derecha y por los intereses del complejo militar-industrial, espera ganar un asiento en primera fila.
El primer acto estridente del G7 apareció el homenaje floral a las víctimas de la bomba atómica del 6 de agosto de 1945, primero lanzada sobre Hiroshima (80.000) y tres días después sobre Nagasaki (otras 40.000, sin contar las que morirán por quemaduras y radiación: entre 250.000 y 300.000). Una carnicería motivada únicamente por las ambiciones imperialistas estadounidenses de extender su dominio sobre el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial y para dar una advertencia a la Unión Soviética, y no por la necesidad de defenderse de una supuesta invasión a gran escala de Japón.
De hecho, en agosto de 1945, el imperialismo japonés estaba de rodillas. Aislado de la derrota de su aliado alemán e indefenso frente a los implacables ataques aéreos estadounidenses (en marzo de 1945, el bombardeo de Tokio había matado a más de 300.000 personas), ya negociaba la rendición. Biden dejó hoy flores pero no disculpas, renovando su compromiso de continuar con la escalada del conflicto de la OTAN en Ucrania y el aumento de las tensiones con China, que puede llevar a otra catastrófica guerra nuclear.
“Pedimos a Rusia que deje de amenazar el suministro mundial de alimentos”, reza el comunicado del G7, que subraya “la importancia de permitir que los cereales sigan llegando a los más necesitados”. Una investigación reveló la naturaleza de esos cereales destinados a los países del Sur: son para animales, pero no para humanos… En una declaración conjunta, los líderes del G7 han pedido también a China que presione a Rusia para que “ponga fin a su agresión militar y retire sus tropas de Ucrania de forma inmediata, completa e incondicional”.
Apoyo total a las demandas del payaso Zelenski, utilizado en la guerra “por delegación” de la OTAN en Europa para revitalizar el imperialismo en plena decadencia y un modelo económico en crisis sistémica. Para buscar un acuerdo con los republicanos sobre el techo de la deuda y evitar el riesgo de incumplimiento que corre la economía estadounidense, Biden se apresuró a regresar a los EE. UU.
Para Pekín, el G7 es «un club de ricos que viven ajenos a la realidad multipolar actual y que creen que el destino de muchos solo lo pueden decidir ellos, imponiendo además sus reglas según su visión de las cosas, cuando el mundo gira alrededor de distintas sensibilidades».
Tras el anuncio de que, en 2024, la OTAN abrirá una oficina de enlace en Japón, con el objetivo de maximizar el nivel de cooperación entre los países aliados de Estados Unidos en Asia, la China ha protestado. En 2024, de hecho, ya estará en marcha el plan de rearme de Japón, que ya ha adelantado que “El presupuesto de defensa japonés se incrementará hasta alcanzar el 2% del PIB para el año 2027”. El secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, trató de minimizar la noticia, diciendo que la OTAN no tiene objetivos globales, pero que seguirá siendo una alianza de Norteamérica con Europa, y que no quiere extenderse a Asia.
Aseveración contradicha por las incursiones militares realizadas por la Alianza en nombre de Estados Unidos en otras zonas del mundo, pero también por las anteriores declaraciones de Stoltenberg: «Entre los socios de la OTAN, ninguno es más cercano y tiene mayor capacidad que Japón», había dicho, añadiendo que, por ello, «nuestra asociación es cada vez mayor».
En Asia, Japón debe convertirse en el gran enlace de la Alianza en el enfrentamiento entre EE.UU. y China, su mayor antagonista en la región y el principal garante de Rusia en el mundo. La OTAN tiene oficinas de enlace en Ucrania, Georgia, Bosnia, Moldavia o Kuwait, además de Nueva York y Viena. Si logra hacer lo mismo en Japón podrá coordinar acciones con aliados de EEUU en la zona, como Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, en los asuntos de seguridad que molestan a China.
Para entender cómo se mueve la OTAN en una perspectiva global y cuáles son sus objetivos geopolíticos, hay que remontarse a la Cumbre de Madrid del pasado mes de junio, en la que la Alianza Atlántica se reestructuró sobre la base de un nuevo concepto estratégico, que se confirmará durante la reunión de sus jefes de Estado y de Gobierno que la OTAN celebrará en Lituania el próximo mes de julio.
En la nueva visión geopolítica de la OTAN, la confrontación con Rusia, país al que califica directamente como «amenaza», se amplía a China, a la que define como «desafío sistémico» global para la Alianza. Los diversos documentos estratégicos elaborados por la OTAN el pasado año señalan las líneas perspectivas de la nueva doctrina de la “Dominación Permanente”, adaptada a las guerras de un nuevo tipo, con la que llegar al famoso “cambio de régimen” también en el continente latinoamericano.
Un plan que prevé el cerco al gigante asiático mediante un despliegue de instalaciones militares y medios de combate para asfixiarlo a nivel energético; así como prevé la entrada de nuevos socios para cercar a Rusia, y limitar su influencia en otras áreas. Con la adhesión de Finlandia -país tradicionalmente neutral- a la OTAN, la frontera terrestre que la Alianza Atlántica comparte con Rusia pasa a ser de 1.215 kilómetros a 2.550.
El nuevo plan de vasallaje de la Unión Europea, que implica el conflicto de Ucrania, debe verse en este contexto. Y así es posible entender la «gran sintonía» bélica entre Zelensky y Europa, mostrado durante su reciente viaje entre Roma, Berlín, París y Londres. Un viaje fructífero, cuyo tema fue el envío de más armas y respaldo, dinero para la «reconstrucción», y también el apoyo a la solicitud de Ucrania para ingresar a la Unión Europea. Desde el Reino Unido, Zelensky recibió el envío de misiles de crucero de largo alcance Storm Shadow. Desde Francia, la garantía de otras sanciones a Rusia.
En el G7 de Hiroshima, no se reunió con el presidente brasileño Lula da Silva, portador de un plan de paz proveniente de los países progresistas de América Latina, pero obtuvo el compromiso de entregar más armas, dinero, apoyo diplomático y entrenamiento de tropas desde los países europeos. Desde Italia, máximo apoyo y una “gran sintonía”, personal y programática, con la premier italiana, Giorgia Meloni.
Una gran sintonía bélica, entre la representante de un gobierno de extrema derecha, a sueldo de la OTAN, y un payaso convertido en jefe de Estado, con los bolsillos llenos de dinero y balas. De hecho, tanto durante el viaje de Zelenski a Italia como durante las reuniones bilaterales del G7, se ha hablado de la Alianza Atlántica, que mueve los hilos del conflicto y a la que Ucrania aspira a unirse, así como se candida a incorporarse a la Unión Europea. Y Meloni ha prometido ser su principal patrocinador, intentando así hacerse un espacio en la carrera armamentista que ve a la UE cada vez más implicada en la escalada contra Rusia, ya remolque de EE.UU.
La industria bélica de Europa debe cambiar «al modo de economía de guerra», han dicho los decisores supranacionales. El dinero que debería haberse utilizado para relanzar el desarrollo, podría ponerse al servicio de una «guerra industrial»: para apoyar la industria de defensa, Ucrania y la «seguridad». Así lo explicó en Bruselas el comisario para el mercado único, Thierry Breton, al presentar el ASAP (Ley de Apoyo a la Producción de Municiones), el plan de la UE para producir 1 millón de municiones a finales de año, aprobado por el Parlamento Europeo con un procedimiento acelerado. Lo antes posible: – ASAP, as soon as posible -, significa, de hecho, «lo antes posible».
Para reforzar la capacidad de producción de municiones, la UE, que ya había financiado la compra de armas letales con dos mil millones, tomados de la Facultad Europea para la Paz, aporta ahora otros 500 millones. Quince industrias recibirán financiación del 40 al 60% de las inversiones necesarias, con el objetivo de alcanzar, en 2004, una capacidad de producción de mil millones de municiones (en particular, obuses de artillería de 155 mm). Para ello, se prevé flexibilizar aún más la producción y las normas sociales, de modo que las fábricas bélicas puedan trabajar incluso durante la noche.
Una UE cada vez más alineada con EEUU y la OTAN, gracias también a la debilidad económica y estratégica de la Alemania post-Merkel, que hoy mira más a EEUU e Israel que a sus socios europeos. Tras haber sufrido sin reaccionar la destrucción del Nord Stream gasoductos en el Mar Báltico, Alemania también está aceptando los efectos de la Inflaction Reduction Act (IRA), la ley de Inflación, que ofrece importantes ventajas a las empresas alemanas y europeas que se trasladan a los EE. UU., donde la energía es ahora mucho más barata que en Europa.
Zelensky, por medio de su amos estadounidenses, también encuentra una gran armonía bélica con aquellos Estados del est europeo como Polonia, enemigo jurado de Rusia, que se candida a liderar una “nueva Europa”, que planea construir una confederación con Ucrania, y quiere desplegar en su territorio nacional armas atómicas U.S.A. El rearme de Polonia, que se abastece de EE.UU., Gran Bretaña y Corea del Sur, y desde luego no de la «vieja Europa», unido al ingreso en la OTAN de países como Finlandia y Suecia que han abandonado su neutralidad histórica, contribuye a la escalada de un conflicto que nadie parece dispuesto a detener.