El Orden Mundial instaurado después de la Segunda Guerra Mundial sitúa a los Estados Unidos como el país hegemón de las relaciones internacionales. La Unión Europea y -en cierta medida Japón- desempeñan un roll de “aliados” al control que ejerce el Establishment estadounidense, siempre y cuando los intereses en juego coincidan, de lo contrario los EEUU hacen lo necesario para imponer su voluntad. Tal es el caso, del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania donde la Unión europea se ve arrastrada a una situación que desde todo punto de vista resulta desfavorable para su pueblo producto de la volatilidad de los precios de las materias primas y, sobre todo, de la energía (petróleo y gas) generando profundo malestar en el seno de la sociedad europea.
Algunos intelectuales tratan de banalizar e incluso menospreciar el proceso de cambios que se gesta en el seno de las relaciones internacionales. No obstante, al evaluar la dinámica económica, política y social de los últimos 53 años se puede constatar con claridad como eso que se conoce hoy día como el bloque de las economías emergentes, BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), bajo el liderazgo de China han venido ganando terreno progresivamente en todos los campos (económico, político, social, militar).
Según datos disponibles en el Banco Mundial -para el año 1970- la producción de bienes y servicios medida a través del Producto Interno Bruto (PIB) de los BRICS, representaba un minúsculo 7% con respecto a la producción total del mundo, la Unión Europea y los Estados Unidos ocupaban el 66%. Hoy día, la situación se ha venido revirtiendo gradualmente en virtud del buen desempeño que han registrado estas economías. Los BRICS producen un 30% de la Producción mundial, mientras que los Estados Unidos y la Unión Europea generan un 42%.
El 41% de la población mundial se distribuye en los BRICS. Es decir, un mercado en expansión, para nada despreciable por el resto del mundo. No en vano, el 25% de las Inversiones Extranjeras Directas del mundo se alojan en estas economías.
Está en marcha un proceso de cambios en el ámbito económico que progresivamente figura la nueva geopolítica promoviendo una transformación del Orden Mundial actual, sobre el cual se constituye la hegemonía norteamericana. Tal y como lo concebía Antonio Gramsci, nos encontramos en un punto donde lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir. Todo cambio social esta signado de contradicciones y, sobre todo, demanda de la existencia de condiciones objetivas y subjetivas (maduración de los procesos) para su concreción.
No será de un día para otro que se consoliden nuevos mecanismos en el comercio internacional, no obstante, el esfuerzo que se gesta desde las economías emergentes apunta hacia la necesaria agudización de las contradicciones para que surja lo nuevo, un equilibrio donde no tenga cabida la hegemonía del dólar ni del sistema SWIFT, plataforma intermediaria de operaciones bancarias para la subordinación del resto de los países.
Fortalecer los BRICS con la incorporación de nuevas economías es necesario. La suma de capacidades productivas, energéticas, científicas, entre otras, contribuyen al fortalecimiento de un bloque de países que encarnan una alternativa al Orden Mundial existente, en crisis. En este sentido, la agenda demanda la construcción de rutas de trabajo que trasciendan el carácter bilateral (Brasil-China), (Rusia-China), (China-India), (Sudáfrica-China) hasta obtener una visión integral, multilateral de la dinámica actual con el objeto de impulsar un programa de trabajo que apunte hacia el establecimiento de ese Nuevo Orden basado en la multipolaridad y el respeto a la autodeterminación de los pueblos.