De nuevo las bombas y la muerte ocupan la actualidad palestino-israelí. Con un desequilibrio enorme entre las partes, en esta guerra casi nunca se explican sus orígenes. Detrás de motivos geopolíticos, religiosos y étnicos, encontramos una historia de ‘apartheid’ que se inicia en la Primera Guerra Mundial y continúa en el siglo XXI en las redes.
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Hace años que el conflicto palestino-israelí se presenta como una secuencia de partes de guerra en el que no se sabe cuándo empezó todo, por qué ni qué mueve a la confrontación de las dos partes. Son preguntas básicas y lógicas que surgen a quienes desean comprender mínimamente el conflicto palestino-israelí y a las que no se encontrará respuesta en los medios de comunicación a pesar de que todos los días hay noticias sobre la región. Intentémoslo nosotros.
Primera Guerra Mundial
La Palestina histórica (27.009 km2) estuvo dominada por el Imperio otomano desde 1516 hasta 1917. Tras la Primera Guerra Mundial fue sometida a la autoridad británica, que promovió el llamado Mandato Británico como figura colonial de 1922 a 1947. Con la creación del Estado de Israel en 1948, el peculiar nacionalismo exclusivista judío, el sionismo, puso en marcha un largo proceso de transformación de un territorio árabe palestino en un espacio dominado por los judíos.
Aparentemente, el conflicto palestino-israelí podría parecer otro conflicto étnico sin más, en el que dos pueblos se disputan un mismo territorio. Sin embargo, aunque los palestinos sí mantienen una homogeneidad étnica, al ser todos árabes, entre los israelíes podemos encontrar hebreos, árabes (los llamados orientales), europeos (askenazis), sefardíes (descendientes de los judíos expulsados de España en 1492), etíopes, bereberes, tailandeses, indostanos, uzbekos, kurdos e incluso otras etnias diferentes. Muchas de éstas afirman descender de las famosas diez tribus perdidas de Israel por efecto de la conquista asiria en el siglo VIII antes de la era cristiana.
Por otro lado, mientras los sionistas defienden la existencia un territorio exclusivo para judíos, los israelíes no sionistas y la gran mayoría de los palestinos hablan de convivencia en común. Esta combinación hace que sea difícil considerar simplemente el conflicto palestino-israelí como un conflicto territorial de carácter étnico.
También podría parecer un conflicto religioso, en el que los seguidores de dos religiones contrapuestas luchan por controlar los lugares sagrados que ambas tienen en común. Tanto hebreos como árabes afirman proceder del mítico Abraham, a cuyos descendientes tanto el Yahvé de la religión judía como el Alá de la musulmana (el mismo Dios bíblico en realidad) les prometió la antigua tierra de Canaán (Palestina, parte de Jordania y el sur de Líbano y de Siria) en los tiempos en los que como tribus beduinas abandonaron el nomadismo. El sionismo trata de legitimarse considerando que Dios otorgó la Tierra Prometida al pueblo judío, argumento que impide cualquier posibilidad de debate al respecto, pues se considera un dogma religioso. En cambio, los palestinos no fundamentan su derecho a permanecer en Palestina en base a criterios religiosos, sino históricos y jurídicos, ya que esa tierra les pertenece en propiedad y la legalidad internacional lo ha confirmado.
El conflicto palestino-israelí también podría parecer un típico conflicto colonial, en el que se trata de controlar una zona periférica rica en recursos naturales, como es Oriente Medio, implementando para ello políticas de terror contra la población autóctona para obligarla a someterse. Esto estaría en consonancia con la tendencia de la propia definición que la izquierda no sionista israelí hace del conflicto, al autodenominarse muchas veces, movimiento anticolonialista. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el valor de Palestina no es tanto económico como simbólico y debe su importancia estratégica más bien a los recursos naturales, en especial el petróleo, de los países vecinos.
Geopolítica
El origen de la versión geopolítica del conflicto hay que buscarlo en la política colonialista del Reino Unido tras la Primera Guerra Mundial, cuando Palestina quedó bajo el Mandato Británico, así como del de Estados Unidos, después como potencia hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial, ante la importancia de Oriente Medio en cuanto a proveedor de petróleo y consumidor de armamento. De hecho, actualmente, la ayuda militar anual de Estados Unidos a Israel se establece desde un acuerdo con el Gobierno Obama en 2016 para 10 años a razón de 3.800 millones de dólares cada año. Si a esto le añadimos todas las donaciones de carácter privado que los judíos sionistas norteamericanos entregan a Israel, obtenemos la clave para entender el poderío económico y militar israelí en la zona.
Pero lo que es un conflicto con un contexto geopolítico mundial con dimensiones étnicas y religiosas ha terminado por convertirse en algo más crudo y pragmático: un sistema de apartheid, en el que una comunidad originaria de Europa u occidentalizada, con mayores recursos económicos, técnicos y militares, mantiene políticas de segregación sobre otra comunidad étnicamente distinguible que es además la población autóctona del territorio en cuestión.
La legitimación para llevar a cabo las políticas segregacionistas israelíes se fundamenta en la propia persecución secular del pueblo judío, que necesita un “hogar nacional” para escapar a la misma, sin tener en cuenta que para solucionar el llamado “problema judío” se ha creado otro problema que está afectando a las relaciones del mundo árabe con Occidente. Este supuesto rechazo secular ha generado un complejo paranoico en los judíos, reafirmado por el terrible Holocausto perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Desde ese punto de vista muy propio del sionismo, el judío se contempla a sí mismo como una eterna víctima sin un lugar en un mundo antisemita por definición, de forma que la única posibilidad de supervivencia del pueblo judío radica en la conquista de un territorio seguro, y qué mejor para ello que la legendaria Tierra Prometida que su dios tribal les regaló en sus relatos míticos. Así, la ocupación de Palestina se define como una guerra de supervivencia del tipo “o ellos o nosotros” que justifica la limpieza étnica que está perpetrando Israel. Este razonamiento se convierte en fundamentalista desde el momento en que se tacha de antisemita todo lo que sea antisionista, y se elimina así cualquier posibilidad de debate sobre el papel de Israel en el conflicto. Esto le permite, sin complejos, calificar a los palestinos de terroristas y de esta forma legitimar todas las violaciones de los derechos humanos.
Limpieza étnica
Se puede decir que la discriminación institucional israelí comenzó poco antes de la propia fundación del Estado de Israel en 1948, concretamente en noviembre de 1947, cuando la ONU aprobó la repartición. Desde ese mismo año los palestinos están padeciendo una auténtica limpieza étnica. La expulsión ha sido sistemática, planificada y ejecutada, vulnerando los más mínimos derechos de las personas. Será a partir de 1967 cuando la segregación mostrará su cara más dura, convirtiéndose realmente en un sistema de apartheid en el que la sociedad palestina bajo la ocupación vive una erosión de las libertades, una fuerte represión, toques de queda indiscriminados, castigos colectivos y expropiación de tierras. Se añade con la ocupación una tercera dimensión del conflicto, la del apartheid sobre los habitantes de los Territorios Ocupados, sumada a los dos problemas previos generados por la creación del Estado de Israel: los millones de refugiados palestinos que todavía esperan retornar a sus casas y la discriminación antidemocrática de los árabes-israelíes.
La llamada “única democracia de Oriente Medio” niega desde 1967 el derecho a una nacionalidad a más de 4,8 millones de personas que viven en los Territorios Ocupados (casi la mitad en lugares cerrados), y con ello pierden todo derecho a exigir derechos, a la vez que otros casi 6 millones de personas han sido condenadas al exilio y viven en su mayoría en campos de refugiados en Jordania, el Líbano y Siria. En los Territorios Ocupados las normas que rigen son más de 2.000 ordenanzas militares que regulan todos los aspectos y subordinan por completo la vida de millones de árabes-palestinos a los miles de colonos judíos que se han instalado allí. Las colonias sionistas actuales están directa e indirectamente subvencionadas por el Gobierno israelí por medio de ventajas fiscales, subvenciones a la industria y al consumo y construcción de infraestructuras. En los años noventa se construyeron 400 kilómetros de carreteras de circunvalación exclusivas para los colonos, que además de ser motivo para la expropiación de tierras, actúan como enormes barreras entre las diversas poblaciones palestinas, dejándolas aisladas entre sí y creando una geografía fragmentada en pequeños cantones.
De este modo, la sociedad palestina se ha fragmentado en palestinos refugiados (5,4 millones dispersos por varios países). Asimismo, se olvida el hecho básico de que la política de seguridad israelí, mediante la cual se justifican todas las violaciones de los derechos humanos, se trata, en realidad, de una política ofensiva que está encaminada a la limpieza étnica y que tiene como consecuencia precisamente la pérdida de la seguridad de los ciudadanos israelíes.
Grandes potencias occidentales
No podemos terminar esta exposición sin destacar la complicidad de las grandes potencias occidentales en la tragedia palestina.
El apoyo internacional directo o indirecto al proceso colonial de los asentamientos sionistas en Palestina sigue tan presente hoy como lo fue ayer según el relato anteriormente señalado. Si el imperialismo británico alumbró la injusta promesa de la partición de Palestina para construir el Estado de Israel en este territorio, hoy en día, los atropellos siguen siendo constantes: desprecio a las resoluciones de la ONU respecto a las fronteras entre las dos naciones, impunidad de Israel ante los crímenes investigados por la Corte Penal Internacional, incumplimiento de diferentes acuerdos o compromisos de paz, indiferencia ante las políticas de nuevas ocupaciones y expulsiones de poblaciones palestinas por parte de Israel y, siempre, el apoyo financiero, comercial y militar a Israel por parte de Estados Unidos y la Unión Europea.
La reacción de los gobernantes europeos, como la ministra de Asuntos Exteriores española, ante cada crisis militar de bombas israelíes y cientos de muertos palestinos contra cohetes inútiles y algún israelí herido es insultante.
Y si hasta hoy la criminal equidistancia de los medios de comunicación occidentales entre víctimas y verdugos era la tónica, ahora se adapta a los nuevos tiempos y también se tiene en las empresas que dominan las redes sociales.
La complicidad entre Israel y las empresas de redes sociales para regular y censurar el contenido y las cuentas palestinas está bien documentada. Tras una visita de una delegación de Facebook en 2016, el ministro de justicia de Israel en ese momento declaró que Facebook, Google y YouTube estaban “cumpliendo con hasta el 95% de las solicitudes israelíes para eliminar contenido”, casi todos palestinos.
Y así es como se observa la línea cronológica del colonialismo y el apartheid contra los palestinos que va desde la Primera Guerra Mundial a los tiempos de las redes sociales.