El primero de mayo es una fecha de gran importancia para la clase trabajadora. Nos recuerda el poder de transformación -económico, político, social, y cultural- que representa este sector de la sociedad que, al actuar de forma consciente y organizada por su derecho a la vida, trasciende el aspecto reivindicativo hasta asumir un liderazgo que a lo largo de la historia ha venido cristalizando en importantes derechos para el bienestar de la clase trabajadora en el marco de las relaciones sociales de producción capitalista.
En nuestro país, sobre todo desde que triunfó la Revolución Bolivariana en el año 1999 hasta el presente, la línea de trabajo ha sido -y es aún, en medio de la guerra económica- garantizar una justa distribución de la riqueza con especial atención en la clase trabajadora y todos aquellos sectores invisibilizados por las políticas neoliberales de la IV República.
Como hemos venido planteando a lo largo de nuestras diversas reflexiones, la economía venezolana ha sido atacada desde todos los frentes mediante diversas estrategias. Basta revisar la historia de los últimos 24 años y podremos ver todas las adversidades que se han superado: golpes de Estado, sabotaje petrolero, desestabilización, guarimbas, intentos de magnicidio y de unos años para acá, los poderes hegemónicos encarnados en el stablishment estadounidense han bloqueado financiera, económica y comercialmente a nuestro país con una serie de medidas coercitivas unilaterales generando grandes daños en el tejido productivo nacional.
Entre el 2014-2021 el aparato productivo se contrajo en 80%, los ingresos en divisas se desplomaron un 99%, el tipo de cambio se depreció de forma exponencial con la consecuente situación de hiperinflación. Ninguno de estos desequilibrios macroeconómicos se puede explicar desde una visión economicista. En este orden de ideas, las medidas coercitivas unilaterales constituyen una dimensión superior y mucho más madura: la guerra difusa, para implosionar la base política, social y productiva del país.
El discurso oportunista del pensamiento económico neoliberal venezolano señala las heridas sociales, sin presentarle al país una propuesta clara y concisa del qué hacer. Desde el pensamiento heterodoxo nos corresponde promover un análisis con perspectiva histórica hilvanando cada episodio de guerra a los que hemos sido sometidos las últimas dos décadas y su interrelación con los problemas estructurales, inherentes a nuestro proceso de acumulación capitalista, rentista y subdesarrollado.
En este sentido, es imprescindible construir un discurso económico que nos permita contrarrestar el “análisis neoliberal” y -lo más importante- garantizar claridad en nuestras bases sobre las dificultades y retos de la actual coyuntura. Hemos venido recuperando progresivamente el tejido productivo, pero si la principal industria del país PDVSA no levanta cabeza es prácticamente imposible -en el corto plazo- generar las condiciones materiales que garanticen una recuperación progresiva del salario.
La mejor forma de honrar la conmemoración a los trabajadores y trabajadoras es sosteniendo una lucha implacable contra los elementos que adversan este propósito: la corrupción, burocracia e ineficiencia -otra dimensión de la guerra económica- en todas sus manifestaciones a todos los niveles de la Administración Pública Nacional. De modo que arribamos a este 1° de mayo 2023, con grandes adversidades y muchos retos por delante, con la moral en alto de mantener las políticas sociales mediante las cuales se atiende a la población más vulnerable.
La tarea impostergable se expresa en dos dimensiones: 1) Recuperar la producción petrolera y su comercialización con transparencia, para levantar nuestra principal industria. 2) Impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas no petroleras mediante la captación de inversiones extranjeras de países aliados que deseen explotar las ventajas que ofrece nuestro territorio. Necesario es vencer, nosotros venceremos.
